miércoles, 26 de octubre de 2016
El secreto del platito y la tacita
Haciendo zapping, me topé con un documental norteamericano. BAG IT! se llamaba. Y hablaba, obviamente, de las bolsas de plástico y, por ende, de la ecología. Hay muchas cosas que ya sabemos: por ejemplo, el daño ambiental que hacen algunos plásticos que usamos tan sólo unos minutos -como el tiempo que tardamos en ir del súper a casa- pero que permanecerán en la tierra por millones de años. Claramente, no tiene lógica alguna que hayamos creado cosas tan duraderas para necesidades tan efímeras.
Pero si de todo esto todos ya hemos escuchado un poco, en un momento, el documental dio un viraje hacia otra problemática de la cual ahora no puedo desembarazarme: ¿Y qué pasa con todos esos plásticos que consumimos, en vasos, platos, tuppers, recipientes y envoltorios de toda clase que son los contenedores de nuestros alimentos cotidianos? ¿Qué pasa cuando esos plásticos tocan nuestra comida? ¿Nos contaminamos? Con toda esta intro, imaginarán la respuesta: ¡sí! O para ser precisos: en muchos casos, estamos consumiendo toxinas que se desprenden de esos recipientes.
Y de pronto, ante mí -que ya estoy bastante obsesionada con la alimentación saludable, libre de todo tipo de químicos (ya escribí otra entrada de blog al respecto)- de golpe ¡BUM!: otra bomba, que no había calculado. Ahora no sólo hay que cuidarse de los alimentos, sino ¡¡¡de los recipientes en los que vienen los alimentos!!! E incluso más: porque -he aquí el problema- también hemos de cuidarnos de la vajilla plástica que tenemos en casa y principalmente usan -obvio- ¡LAS NENAS!
Así que, sin importar que ya eran las doce de la noche y que tenía que irme a la cama, empecé a revolver toda la cocina, sacando tuppers, revisando vasitos con motivos infantiles, mirando a trasluz y con esfuerzo cada marca ubicada debajo de cada recipiente. Con Google en mano, pude llegar a varias conclusiones, que aquí les resumo: debajo de cada objeto plástico generalmente hay un número o una sigla (o las dos cosas) que se encuentran dentro de un pequeño triángulo. Hagan la prueba, miren en la parte inferior de una botella de agua, por ejemplo. Van a ver un número 1 y la sigla PET. Hay siete tipos de plásticos y, ahora amigos, pueden tomar dos caminos: ignorarlos y seguir como antes -ojos que no ven, corazón que no siente-, o revisar conmigo y separar algunas cosas, especialmente si las usan los chicos.
Según varios estudios y organizaciones internacionales (me fijé de chequear varias fuentes, tampoco se trata de ser alarmistas), no todos los plásticos son iguales. Algunos son seguros de usar (no tóxicos), otros tienen un riesgo medio y otros son altamente tóxicos porque desprenden sustancias que, si las googlean, van a ver la cantidad de cosas que producen en el ser humano (entre ellas, el famoso Trastorno Generalizado del Desarrollo -o TGD. ¿Pura coincidencia que hoy en día haya una gran cantidad de niños con esta problemática que, en la época de nuestros padres y abuelos, no se escuchaba?). En resumen, la cosa es así:
1- PET, como las botellas de agua, es de RIESGO MEDIO/BAJO (si se usan una sola vez)
2- HDPE, que se encuentra en las botellas blancas de leche o potes de yoghurt, ES SEGURO de usar.
3- PVC, en films transparentes o condimentos en botella, es de RIESGO ALTO.
4-LDPE, que está en las típicas bolsas transparentes en donde ponemos la verdura en el súper, NO TIENE RIESGOS.
5- PP, material con la que está hecha buena parte de la vajilla plástica y tuppers que usamos en casa, también ES SEGURA.
6- PS, que es de lo que están hechas las bandejas de la carne o esa vajilla espumosa que se usa en los cumpleaños, se debe EVITAR (sobre todo si ponemos café caliente en una de esas tacitas).
7- Aquí entra una amplia lista de otros materiales. Pero si aparecen las siglas PC, ¡ojo!, es RIESGOSO, porque el policarbonato (ese plástico duro y muy transparente al que normalmente confundimos con acrílico) desprende BPA.
O sea: 1, 2, 4 y 5, permitidos. 3, 6 y 7 prohibidos (por los que defendemos nuestra salud, no por el Estado que de todas maneras permite su uso).
Les cuento mi resultado: tiré seis tazas de niños, de esas que tienen estampas de Disney; separé todo mi juego de vasos de policarbonato (son hermosos, esos estilo retro de colores, pero ¡fuera sea ha dicho!) y me deshice de un juego de platos de plástico que, al no tener indicación, me parecieron de dudosa procedencia. Y me quedé tranquila de que la mayoría de los tuppers y recipientes para microondas son categoría 5 (de todas formas, los especialistas recomiendan no meterlos ni en el micro ni en el lavaplatos, a pesar de estar "habilitados"). Como ya sabía, las mamaderas que usamos en casa no tienen riesgos (tienen que buscar las que dicen BPA FREE y SIN FTALATOS; hoy en día la mayoría de las marcas importantes lo indican en el packaging, pues durante mucho tiempo quienes más se contaminaron fueron...¡los bebés!).
En fin, limpieza hecha, conciencia tranquila. Y ahora a entrenar a las niñas para que coman en platos de loza y tomen en vasos de vidrio. O a recorrer bazares en busca de nueva vajilla, plástica, pero sin riesgos. Así soy, impulsiva y fundamentalista, cuando de la salud se trata. Espero que muchos de ustedes también se sumen a la campaña contra la vajilla tóxica. Que no nos ganen los hábitos de este mundo corporativo, consumista y descartable.
domingo, 16 de octubre de 2016
Porque soy tu madre ¡y punto!
Entre tanto spam meloso que circula por las redes sociales con motivo del Día de la Madre, me llamó la atención un videíto casero que un adolescente armó, ensartándose la peluca rubia para imitar a su (o cualquier) mamá y enunciar un sinfín de frases que todos -como hijos- hemos escuchado una y otra vez. Ahora, estando del otro lado -del de las madres, claro-, la cosa se ve distinta porque -por supuesto, me hago cargo- algunas de ellas yo también las he pronunciado. Que tire la primera piedra quien, siendo mamá, nunca utilizó algunas de estas célebres sentencias:
- "Cuando yo era chica..." o "Si en mi época yo hacía algo así..."
- "Esto no es un restaurant!" (o su versión para adolescentes, "¡Esto no es un hotel!")
- "Hay chicos que no tienen para comer y vos..." (estrategia para manipular al niño cuando se niega a comer).
- "¡Abrigate, que está fresco!" (un clásico antes de salir, aunque haga 25 grados)
- "A la una, a las dos, a las..."
- "Yo que te cambié los pañales..."
- "Ya voy NO. Ahoraaaaa...."
- "¿Cuántas veces tengo que repetir...?"
- "Porque lo digo yo que soy tu madre ¡y punto!"
¡Feliz día de la madre!
lunes, 10 de octubre de 2016
A soplar las velitas, mamá
Cuando los chicos cumplen años, nosotros cumplimos años como papás. Esta semana me toca a mí: ya van seis años desde que me convertí en mamá. ¡¿Cómo pasó tan rápido?! Y a la vez, ¡qué lejana que parece aquella otra vida que tenía antes de la maternidad!
Desde que mi primer hija llegó, cambió mi mundo: mi casa se convirtió en hogar y comencé a pasar casi todo mi tiempo en ella. Cambiaron mis horarios y rutinas, ahora regidas por la hora de entrada y salida del jardín. Se transformaron mis hábitos. Estrenamos la mesa del comedor diario, que nunca habíamos usado, porque con mi marido cenábamos en el living, sobre el sillón, mirando televisión. Cambiaron mis compras del súper y mi forma de cocinar: leí -y aún leo- todas las letras chicas de los paquetes, para ver cada uno de los ingredientes que contienen los alimentos. Nunca más pude ir al baño con la puerta cerrada y desde entonces siempre tuve público durante la ducha. Tampoco me importó sacar la teta en público para amamantar: el bebé y sus necesidades mandan. Nunca más me puse tacos; hacer equilibrio con un niño a upa es una disciplina casi circense que no me interesó practicar. Durante años abandoné las cremas y perfumes, para que la beba sintiera mi olor y, en pleno contacto con mi piel, no hubiera riesgos de reacciones alérgicas. Dejé de ir al shopping y a cualquier lugar cerrado por un año, para alejarme de los virus y otras enfermedades. Mis charlas con amigas se transformaron: los "chongos" dejaron paso a los hijos y ahora preferimos compartir las intimidades del parto o reírnos de las tetas que chorrean inoportunamente durante la lactancia. Yo que siempre dormí como una roca, me sorprendí a mí misma cuando me despertaba con un suave "ah" de mi bebé y corría a mirar si estaba bien. Si alguna vez había planeado llenar las paredes de mi hogar de arte moderno, ahora mis niñas se ocupan de eso y pegan sus dibujos por toda la casa. Dejé que los juguetes invadieran todos los espacios como una plaga imposible de dominar. Nunca más comí la parte más tierna de un churrasco, ésa siempre será "guardada" para ellas. Tampoco salí nunca más en una foto: en vacaciones, ellas son las protagonistas y yo la camarógrafa que las persigue en sus andanzas. Y -entre otros tantos "nunca más"- está el cine, al que hace años que no pisamos con mi marido: para nosotros un estreno es cualquier film de los noventa que aparezca como novedad en Netflix. Y si ellas están despiertas, veremos en familia -por enésima vez- Toy story. En el auto, el único CD que está permitido escuchar es el de Topa y Muni (ellas decretaron que no se puede cambiar, a pesar de que está ahí desde 2013). Ya no me compro ropa: si tengo un mango lo gasto siempre en ellas. Y -a pesar de que no soy católica- ¡compré un árbol de Navidad de dos metros de alto que ocupa todo mi living!
De todo esto me acuerdo en mi sexto aniversario como mamá. Todas estas pequeñas cosas que elegimos hacer para que nuestros chicos sean simplemente felices. Y no cambiaría nada. Ni siquiera el exagerado árbol de Navidad. Después de todo, todas esas pequeñas cosas fueron lo más importante que me sucedió en los últimos seis años. Como solía decir mi suegro, los hijos te llenan la vida. Gran verdad. ¡Feliz cumpleaños mi chiquita!
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