Cuando los chicos cumplen años, nosotros cumplimos años como papás. Esta semana me toca a mí: ya van seis años desde que me convertí en mamá. ¡¿Cómo pasó tan rápido?! Y a la vez, ¡qué lejana que parece aquella otra vida que tenía antes de la maternidad!
Desde que mi primer hija llegó, cambió mi mundo: mi casa se convirtió en hogar y comencé a pasar casi todo mi tiempo en ella. Cambiaron mis horarios y rutinas, ahora regidas por la hora de entrada y salida del jardín. Se transformaron mis hábitos. Estrenamos la mesa del comedor diario, que nunca habíamos usado, porque con mi marido cenábamos en el living, sobre el sillón, mirando televisión. Cambiaron mis compras del súper y mi forma de cocinar: leí -y aún leo- todas las letras chicas de los paquetes, para ver cada uno de los ingredientes que contienen los alimentos. Nunca más pude ir al baño con la puerta cerrada y desde entonces siempre tuve público durante la ducha. Tampoco me importó sacar la teta en público para amamantar: el bebé y sus necesidades mandan. Nunca más me puse tacos; hacer equilibrio con un niño a upa es una disciplina casi circense que no me interesó practicar. Durante años abandoné las cremas y perfumes, para que la beba sintiera mi olor y, en pleno contacto con mi piel, no hubiera riesgos de reacciones alérgicas. Dejé de ir al shopping y a cualquier lugar cerrado por un año, para alejarme de los virus y otras enfermedades. Mis charlas con amigas se transformaron: los "chongos" dejaron paso a los hijos y ahora preferimos compartir las intimidades del parto o reírnos de las tetas que chorrean inoportunamente durante la lactancia. Yo que siempre dormí como una roca, me sorprendí a mí misma cuando me despertaba con un suave "ah" de mi bebé y corría a mirar si estaba bien. Si alguna vez había planeado llenar las paredes de mi hogar de arte moderno, ahora mis niñas se ocupan de eso y pegan sus dibujos por toda la casa. Dejé que los juguetes invadieran todos los espacios como una plaga imposible de dominar. Nunca más comí la parte más tierna de un churrasco, ésa siempre será "guardada" para ellas. Tampoco salí nunca más en una foto: en vacaciones, ellas son las protagonistas y yo la camarógrafa que las persigue en sus andanzas. Y -entre otros tantos "nunca más"- está el cine, al que hace años que no pisamos con mi marido: para nosotros un estreno es cualquier film de los noventa que aparezca como novedad en Netflix. Y si ellas están despiertas, veremos en familia -por enésima vez- Toy story. En el auto, el único CD que está permitido escuchar es el de Topa y Muni (ellas decretaron que no se puede cambiar, a pesar de que está ahí desde 2013). Ya no me compro ropa: si tengo un mango lo gasto siempre en ellas. Y -a pesar de que no soy católica- ¡compré un árbol de Navidad de dos metros de alto que ocupa todo mi living!
De todo esto me acuerdo en mi sexto aniversario como mamá. Todas estas pequeñas cosas que elegimos hacer para que nuestros chicos sean simplemente felices. Y no cambiaría nada. Ni siquiera el exagerado árbol de Navidad. Después de todo, todas esas pequeñas cosas fueron lo más importante que me sucedió en los últimos seis años. Como solía decir mi suegro, los hijos te llenan la vida. Gran verdad. ¡Feliz cumpleaños mi chiquita!
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