lunes, 18 de julio de 2016

Disney on ice, ¿vale la pena? Algunas recomendaciones para padres y sus princesas

      


      Es verdad. Antes dije que prefería, en vacaciones, ir al teatro cerca de casa. Evitar las multitudes. No viajar una hora al centro. Elegir opciones de calidad pero fuera del mainstream en lugar de los espectáculos comerciales de calle Corrientes, que sacan provecho de lo que vende en la tele. Pero tengo que confesarlo: Disney on ice me gusta. Tal vez porque se trata de patín artístico, una disciplina muy cercana a la danza que me atrae más allá del gran despliegue escénico. Otro tanto, tal vez, porque llevo atesorados en mi memoria los recuerdos de Holliday on ice, que eran una tradición, cada invierno, para mi abuela y un grupo de siete primos. Yo era chica y lo amaba. Con Holliday on ice era posible lo espectacular, el teatro era un mundo verdaderamente mágico. Vestuarios imponentes. Piruetas mortales. Velocidad. Colorido. Coreografías milimétricamente ensayadas por un batallón de patinadores, que armaban cuadros que se desplegaban una y otra vez como un caleidoscopio. 

      Es por eso que, ayer, llevé a mis hijas y sobrinas a ver, sin duda, al principal heredero de aquellos pioneros del hielo. Y comprobé que, la de la pista de patinaje, sigue siendo una fórmula que no falla. Hay tres simples razones para ver Disney on Ice, al menos una vez en la vida. La número uno: la espectacularidad de la puesta. Pura magia frente a nuestros ojos. Allí puede nevar con la sola voluntad de Frozen, o podemos sumergirnos debajo de un mar de burbujas para conocer a la Sirenita. Y la nieve y las burbujas están efectivamente allí, en escena, de a montones interminables. No es un simple truco de pantalla. También hay fuego, escupido por un dragón gigante -"¿es fuego de verdad?", me consultaba incrédula mi chiquita; "sí, de verdad mi amor, pero no pasa nada", contestaba yo-; fuegos artificiales, chispas doradas que saltan por aquí y por allá y mucho más histrionismo. Pero es el Luna Park, ese espacio inmenso, y allí vamos a buscar eso. Que nos conmueva un golpe de efecto. 

    Razón número dos: el patín artístico. No tenemos una cultura de patín sobre hielo y, sin embargo, está bueno empaparse un poco de eso. Si tengo que elegir entre llevar a las nenas a ver a los cabezones de Peppa Pig o a los personajes de Disney en patines, elijo esto último. Las disciplinas artísticas que involucran la destreza física pueden estimular a los chicos que las descubren por primera vez de maneras impensadas. Mis sobrinas más grandes disfrutaban con un "WOW" cada salto y cada pirueta. Que un espectáculo les genere inquietudes deportivas es un plus, sin duda.

     Y por último, están los personajes de Disney. Los viejos y conocidos, y también los nuevos y más esperados por los chicos de hoy. Esta vez se pudo ver a Aladdin y Jazmín, a Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente, Bella (de La Bella y la Bestia, pero sin la bestia), Tiana, la Sirenita -¡bellísimo!-, algo de Rapunzel -éste fue el cuadro más flojo de todos, teniendo en cuenta que la patinadora tuvo algunos problemas-, y mucho de Frozen. El número de Anna y Elsa era, tal vez, el más esperado, porque las hermanas de Arendelle nunca habían venido a la Argentina sobre patines. Y como siempre, estuvieron Mickey y Minnie -nunca olvidaré la reflexión de Irina de cuatro años sobre el asunto: "Las princesas son patinadoras disfrazadas, pero Mickey y Minnie son de verdad, ¿no mamá? ", me dijo el año pasado, cuando nos enamoramos por primera vez de Diseny on Ice gracias a que una amiga nos regaló las entradas. Y sí, para los enanos esta experiencia supone estar frente a frente con Mickey y Minnie "de verdad". Y eso vale muchísimo, especialmente si, como sucede en casa, ir al país del norte a visitar a los ratones más famosos es un proyecto fuera de nuestro alcance económico. Este espectáculo es, sin duda, un poquito de Disney, aquí, en la Argentina.

    Dicho todo esto, tiro algunos tips tal vez útiles. No es necesario gastar una verdadera fortuna; nuestras localidades eran en la platea Madero Alta, de 350 pesos (la sección más económica con ubicación numerada), y aún así teníamos una vista impecable de todo el espectáculo. Es más, no es recomendable estar tan cerca, en un palco carísimo pegado a la pista. Recuerden que es lindo apreciar con un poco de distancia y altura el conjunto del cuadro. No vamos para verles el número de calzado a un par de patinadores. Por otra parte, es un espectáculo pensado para ser disfrutado desde todos los ángulos, así que tanto en la platea lateral como en el superpulman -es decir, en ambos costados- se ve muy bien. Otro tema: los vendedores. Una vez adentro estarás condenado a pagar 40 pesos por unas papas fritas de paquete (el más chiquito de todos). Y la función es muy larga (dos horas y media), y los chicos en el intervalo tienen hambre. Así que a llevar todo desde casa, bien escondido en el fondo de la cartera. Además, es recomendable que las nenas se vayan "lookeadas" de antemano. A las mías las llevé disfrazadas de Anna y Elsa -y eran muchas las nenas que así llegaban- porque si no a la salida te piden que les compres de todo -obviamente, quieren estar como las demás nenas y reproducir las escenas del espectáculo- y los vendedores no paran de refregarles capas, vestidos, coronas y otros objetos del merchandising en la cara. 

    Último dato: este año la temática es especialmente para nenas. Puras princesas (ok, y sus príncipes), en escena. El año pasado, estaba más repartido, una de cal y una de arena, un poco de Blancanieves y Rapunzel y otro poco de Toy Story y Peter Pan. Este año, no. Las princesas ganaron, caballeros. Así que lo recomiendo especialmente para ellas. ¿A partir de qué edad? La mía de dos años lo disfrutó muchísimo. Ni siquiera se quejó aunque se pasó con caca en el pañal durante todo el primer acto. Y, en el segundo, con la cola ya limpita, cantó y bailó "Libre soy". Efectivamente, le gustó.




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