lunes, 11 de julio de 2016

Hermanos, ¿hacemos diferencias?


Cuando nació mi primer hija, me regalaron un libro sobre maternidad y familia de Laura Gutman. Me acuerdo, especialmente, de una anécdota que ella contaba respecto de una experiencia de un paciente. Se trataba de un hombre que, cada vez que su hijo mayor molestaba a su hijo menor, estallaba sobre el primero con bronca y violencia (verbal, al menos). Un día, en terapia, reprodujo una discusión familiar en la que él terminaba gritándole a su primogénito algo así: "¡No sabés lo que pasaba en mi casa si yo osaba hacerle algo a mi hermanito!". Y así, el pobre hombre, se daba cuenta del esquema familiar que estaba reproduciendo: él era ahora con su hijo mayor como una vez había sido su padre con él. 

Cuántas veces nos habrá pasado de reconocernos en nuestros propios padres en la crianza de nuestros hijos. Y, claro, ellos también hicieron lo que pudieron. Pero está bueno darse cuenta, rescatar los buenos modelos y dejar de lado aquellos no tan buenos. Por ejemplo: es común que las familias etiqueten a sus integrantes. Es fácil hacerlo y contribuye a darle identidad y un lugar en el grupo a cada miembro. Así, por ejemplo, tradicionalmente las mamás siempre compararon al segundo hijo con el primero. "Juancito es un vago en el colegio, nada que ver con Pedrito, que siempre es tan aplicado". Y sí, pobre Juancito, ya entendió que si su hermano mayor es el aplicado, a él le toca el papel del vago. Y así lo será siempre. Mamá y papá, los queremos mucho, pero aquí se equivocaron: no le hacen ningún favor al segundo hijo al ponerle a su hermano mayor como modelo de referencia. Si Pedrito hace blanco, Juancito sólo querrá hacer negro.

En suma: ni el modelo del hermano mayor imbatible, ni el modelo del hermano menor sobreprotegido por ser "el chiquito" le hacen bien a los chicos, ni para moldear su identidad ni para relacionarse con su/sus hermano/s. Sólo generan competencia y resentimiento. Sin embargo, tampoco podemos pretender que dos hermanos sean exactamente iguales. Entonces, nuestra relación tampoco puede ser idéntica con cada uno de ellos. Pedrito puede querer ir a fútbol, taekwondo y ajedrez, y Juancito puede no querer nada de eso. A Pedrito tal vez le encante acompañar a papá a la cancha, pero a Juancito no, entonces habrá que acercarse a Juancito y ver qué otras actividades son de su interés y pueda compartir con papá. Cada uno irá desarrollando su personalidad y en función de eso establecerá una relación particular con nosotros, los grandes. Es bueno darles iguales oportunidades, siempre respetando sus singularidades. 

El asunto es complejo, delicado y uno siempre tiene dudas y comete errores. ¿Intervengo en sus discusiones o los dejo resolver solos? ¿Hago de juez y mediador, o mejor me aparto? ¿Reté por demás al más grande simplemente por ser eso, el más grande? ¿Lo hice responsable sólo porque tiene dos años más que el otro? ¿Estoy protegiendo por demás al más chico, como si aún fuera un bebé? La de la injusticia es una línea muy fina y delicada y es muy fácil cruzarla, a veces sin darnos cuenta y sin malas intenciones. Creo que, más que impartir dictámenes respecto de quién tiene o no la razón, nuestro rol como padres es hacerlos reflexionar a cada paso sobre lo valioso que es tener un hermano, alguien en quien confiar y apoyarse para toda la vida. Ya lo dijo un viejo y conocido gaucho, nuestro querido Martín Fierro:

Los hermanos sean unidos
Porque esa es la ley primera
Tengan unión verdadera
En cualquier tiempo que sea
Porque si entre ellos se pelean
Los devoran los de afuera.

Y si alguno pregunta: "Papá, mamá, ¿a quién quieren más?", les dejo una vieja respuesta de mi abuela Anna, aprendida allá lejos y hace tiempo en su Rusia natal. "De tus cinco deditos -decía mostrando una mano-, ¿a cuál querrías cortar? A ninguno: todos son distintos pero necesarios, y los querés a todos por igual".

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