miércoles, 20 de julio de 2016

La feria del libro infantil y Tecnópolis. Pros y contras de una jornada 2 x 1


El lunes abrió la Feria del Libro Infantil en Tecnópolis (en el CCK ya llevaba algunos días). Y ayer fuimos a conocerla. Nunca había ido a Tecnópolis y, al llegar, me di cuenta de que la feria era tan sólo un granito de arena en un gran desierto. Tecnópolis es enorme y, no sé todavía bien cuánto había para ver, pero sin duda había mucho para recorrer. Sin mapa ni ninguna certeza -en el punto de información me dijeron que no había mapa para visitantes (flojo ahí, el mapa es necesario en un lugar tan inmenso)- comenzamos a pasear sin rumbo cierto, casi como para ver qué nos deparaba el destino. Fue una jornada larga y agotadora, pero con algunos puntos a favor. Les cuento los pros y contras, y ustedes deciden si vale la pena.

A favor. Como la Feria del Libro no es inmensa ni llena de actividades, como en otras oportunidades, por suerte están las actividades de Tecnópolis para suplir esas falencias. Así, si te cansás de andar husmeando libros, podés llevar a los chicos a que se entretengan al aire libre, en unos juegos bastante originales que descansan un poco más allá de la explanada del pabellón de la feria. Además, si la Feria del Libro siempre se caracterizó por esos agotadores amontonamientos humanos, Tecnópolis se destaca por sus inmensas calles abiertas, donde podés respirar tranquila más allá de que haya un millón de personas dando vueltas. Es tan grande que siempre vas a podés encontrar un lugar donde sentarte en paz a descansar o comer algo rico. ¡Ah! Hablando de algo rico, hay una feria gastronómica de cosas dulces supertentadoras, justo al salir del pabellón de los libros. Además, mis nenas se entretuvieron mucho en unos laberintos inflables y la muestra de dinosaurios es muy buena. Pensé que me iba a encontrar con dos o tres bichos y la verdad es que hicieron todo un extenso paseo, con un montón de animales prehistóricos en tamaño real que se mueven y hacen ruido, además de la muestra de huesos en un salón cerrado. Hay que reconocerlo, eso está bueno. 

En contra. Ahí todo es a lo grande, y eso puede jugar en contra cuando estás sola y tirando de una nena de cinco años y un cochecito de bebé. La cola para dejar el auto es gigante, el trayecto del estacionamiento hasta el predio es gigante, Tecnópolis es gigante y terminás, obviamente, enormemente agotada. El carrito de bebé es un aliado para cargar todas las cosas que llevás para pasar el día pero -¡oh, sorpresa!- hay un sector al que sólo se puede acceder por una inmensa escalera (pregunté y la verdad es que no encontré rampa) y ahí estaba yo, haciendo malabares para subir con todo hasta que alguien se apiadó y me ayudó. Por otra parte, al no haber mapa, la recomendación por parte de la chica de informes era preguntar a las personas de azul, que formaban parte del staff. Pero cuando lo hacía, éstos no se mostraron demasiado seguros de lo que pasaba en otros rincones del predio. "¿Qué puedo ver con una nena de cinco y otra de dos", preguntaba yo. Y me respondían: "Creo que en el pabellón tal está pasando algo para niños, pero no sé bien qué". Muy preciso. A veces era más fácil preguntar a la gente que estaba formando fila para ingresar a algún sector. Así descubrí que hay un acuario, pero me resigné a no conocerlo, porque una hora de cola bajo el frío con dos niñas pequeñas no se justificaba por un par de peces bajo el agua. Encontramos una mini-estación YPF para niños y, más allá, descubrimos el avión que siempre vemos desde la General Paz, pero no estaba funcionando (aparentemente hay un simulador, pero estaba cerrado). Así que gran parte del paseo fue conocer el predio, sin saber bien a dónde ir o qué hacer. Por suerte ya había encontrado -apenas llegamos- la muestra de los dinosaurios y los juegos para niños, y eso estuvo bien.

En cuanto a la Feria del Libro, no pasaba mucho ahí dentro. No encontré un sector de lectura -siempre solía haber un sector de biblioteca para que los chicos se sienten a leer-, ni tampoco actividades de taller, ni un lugar para que los chicos puedan dibujar o jugar un rato. Sólo encontré a un mago haciendo algunos trucos en el medio de los stands de libros, con toda la gente alrededor amontonada, bloqueando el paso en los pasillos. Ni siquiera había un escenario, así que era imposible ver al ilusionista y seguimos nuestro camino, entre permisos y empujones. Compré un par de libros a las apuradas y me fui, un poco desilusionada. ¿Los precios? Más o menos igual que en las librerías, aunque muchos stands ofrecían promociones llevando tres libros en lugar de uno.

Esa fue mi jornada, entretenida pero agotadora. Ustedes me contarán si fueron a Tecnópolis y pudieron descubrir alguna otra cosa interesante para los más pequeños. El regreso a casa, otra tortura china. A paso de hombre por Constituyentes, hasta que me avivé -¡gracias GPS!-, después de media hora de estar prácticamente detenida en el tránsito, de que era mejor agarrar por el otro lado, darle la vuelta por detrás al predio por una calle de nombre Zufriategui que sale, en diagonal, directamente hacia la General Paz. Y así volvimos en paz, supercansadas, listas para comer e ir a la cama y prepararnos para un nuevo e intenso día de vacaciones de invierno. 






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