No iba al planetario desde que era pequeña. Ni siquiera recuerdo haber entrado. La última vez que estuve ahí tendría alrededor de diez años. Sólo me acuerdo que mi hermano cayó sobre el filo de mármol de un monumento que estaba afuera del edificio y tuvimos que salir corriendo al hospital a pegarle la cabeza con la gotita. Creo que ni siquiera habíamos llegado a entrar ese día y, si lo hicimos, el rostro ensangrentado de mi hermano ganó terreno en mi memoria.
Así que tenía ganas de volver al viejo Planetario, esta vez, con mis hijas. Y ayer fuimos. Es increíble qué diferente se ve el Planetario de día y de noche. Cuando uno pasa con el auto por Figueroa Alcorta, la escena nocturna de la esfera iluminada, toda encendida en luz violeta, da la impresión de un lugar moderno y tecnológico. Sin embargo, de día, no es más ni menos que el mismo Planetario de siempre, con toda su estética de los años sesenta (fue construido en 1964). Es como si el tiempo allí no hubiera pasado y el interés por los astros nos remontara a la época de la guerra fría y la carrera espacial. Adentro, el pequeño museo del primer piso es igualmente discreto y conserva la misma estética retro, con pequeñas vitrinas que muestran algunos meteoritos, esferas de planetas del tamaño de un mapamundi, una o dos pantallas táctiles con alguna actividad alusiva, una tele que combina fragmentos de la película de George Méliés de 1902, Viaje a la luna, con las imágenes de 1969 de cuando el hombre pisó el satélite de la tierra. También algunos cohetes de juguete del tamaño de los antiguos autitos de colección y postales fotográficas autografiadas de astronautas norteamericanos, nada demasiado grande, ni demasiado vistoso, ni demasiado llamativo. Lo más entretenido, para los más chicos, es una imagen de cartón donde los niños pueden poner su cabeza para sacarse una foto con traje de astronauta. Nada allí, en ese museo que se recorre en quince o veinte minutos con suerte, da la impresión de que la ciencia espacial sea algo actual o tecnológico. Más bien todo lo contrario.
Por último, el espectáculo. La sala de la "esfera gigante" es el único espacio en donde el Planetario parecería haberse actualizado. Allí, los butacones son cómodos y grandes, como asientos de una moderna nave espacial, perfectos para recostarse y disfrutar de ese cielo proyectado. Miro para arriba y la pantalla también parece nueva, todo está en perfecto estado. Y por supuesto, el espectáculo brinda lo que uno fue a buscar. La experiencia de un cielo nocturno abierto, la sensación de viajar en el espacio más allá de lo humanamente posible, la magia de disfrutar de una noche superestrellada en pleno día y en la ciudad. Nosotras vimos Cuentos para no dormir, el espectáculo que, de los tres que ofrece el Planetario, está pensado para los más chiquitos. Una chica acompaña en vivo, con su narración, la experiencia. Y le pide a los chicos que dibujen en el aire sus propias constelaciones. Y cuenta algunas breves historias griegas y orientales, sobre las que se fundaron las constelaciones de Orión, Escorpio, Leo y otras más. La narradora sabe involucrar a sus pequeños espectadores, que responden simples preguntas, y los mantiene involucrados en la propuesta más allá de la completa oscuridad de la sala. Ella sabe matizar la información dura y el contenido educativo con momentos de distensión y humor. Y funciona.
Para completar el día, en los alrededores del Planetario, además de los patos que siempre están dispuestos a rodearte a cambio de unas migas de galletitas, han puesto también un montón de juegos para chicos en la Estación Saludable que se encuentra cruzando Figueroa Alcorta, en una calle que han cortado para tal fin. Hay dos inflables, plaza blanda, circuitos de aros y vallas, futbol-tenis, cancha de volley, pelota-paleta y otros juegos. Eso me salvó la tarde, porque tuve que esperar dos horas hasta que comenzara nuestra función, ya que la anterior, para la cual había ido, estaba agotada. Conclusión: si les interesa, vayan al menos con una hora de anticipación.
Las entradas salen 60 pesos y los menores de dos años no pagan. Y hay muchas escaleras, no lleven cochecito. Por suerte, ¡esta vez lo dejamos en casa!
¡Muy interesante Ali! En algún momento quise ser astrónoma y siempre tengo presente mi visita al Planetario
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