Un lector me pidió que contara el trayecto que hacemos diariamente con las nenas al jardín. Imagino que habrá pensado en un retrato idílico. Hoy lo voy a contar, pero lejos estamos de la escena de película. Es verdad que cada día es inolvidable, pero miren cómo son.
Salimos de casa y apenas ellas ponen un pie en la vereda mis palabras son "¡Cuidado no pisen cacaaa!". Sí, salir a mi vereda es como salir a un campo minado. Hay que andar con cautela, saltando de baldosa en baldosa, aquí sí, aquí no, cuidado, cuidado... Si hay que subir al auto, la proeza es aún mayor, porque habrá que estirarse mientras estás cargando los bolsos y con la bebé a upa, para poder llegar hasta la puerta del coche, sentar a la nena en la sillita, haciendo equilibrio sobre un pie porque cerca de los arbolitos lo más probable que cualquier pisada sea en falso y tengamos que volver a casa a lavar el zapato. ¡¡¡Y no me vengan con eso de que trae suerte!!!
Con la mayor, el recorrido es generalmente a pie hacia la escuela. Así que andamos zigzagueando los regalitos de los canes del barrio, que ya no son educados como los de antes que te los dejaban sólo en la zona de pasto. A veces es imposible esquivarlos -no exagero, están literalmente restregados por toda la vereda, tras haber sido una y otra vez pisoteados (perdón que insista, ya les dio asco)- entonces optamos por cruzar la calle en la mitad de la cuadra, a pesar de que sé que hay que mostrarles que se cruza por la esquina. Las dos cuadras que siguen hacia el colegio, por la calle principal, es también un ejercicio de rayuela. Pero como la vereda es más ancha podemos hacerlo más relajadas, cantando a veces, o jugando a echar humo por la boca los días de mucho frío. Pero siempre en guardia, con la mirada al piso.
A la vuelta, en cambio, volvemos dando la vuelta a la manzana por el otro lado. Ahí generalmente voy con el cochecito de bebé y la tarea se vuelve más ardua. No sólo porque algunos popós y veredas en mal estado me obligan a poner el cochecito en dos patas, haciendo una proeza al mejor estilo Hot Wheels. También porque hay autos estacionados sobre la vereda, que no dejan paso suficiente y tengo que bajar del cordón y seguir el recorrido por la calle. Llegamos a la esquina, ya dejando el colegio una cuadra atrás, y resulta casi imposible cruzar al otro lado. Los autos pasan en fila y a gran velocidad. Es kamikaze asomar la punta del cochecito para ver si alguno osará frenar. Mejor esperar largos minutos. Hasta que se arma embotellamiento, los autos paran obligados por otros autos, y uno puede meterse entre los huecos hasta llegar sano y salvo a la otra orilla. Es que el conductor es un ser inconmovible, no se apiada ni aunque te vea con una mano en el carrito, la nena en la otra, cargada con mochilas, ni hasta cuando vas con todo eso más el paraguas. Nunca, jamás.
A veces, llegando a casa, las nenas se entretienen con la plaza, que está justo al lado de donde vivimos. Ellas pasan un buen rato, mientras yo me encomiendo a recoger objetos diversos para arrojar al tacho de basura. En la arena hay vidrios de todos los tamaños, imposible dejarles usar el balde y la palita. Y por el piso, bandejas plásticas, cubiertos descartables, papeles de esos que usan las rotiserías para envolver y otros tantos deshechos que se puedan dejar después de un almuerzo. Son de los chicos del mismo colegio al que va mi hija, pero no los de sala de cinco sino los grandulones de secundaria, que parece que se llevaron a marzo las reglas básicas de limpieza y convivencia.
Ésas son nuestras proezas diarias en los pocos momentos en que estamos por las calles del barrio. No me gusta que las nenas vean que para nosotros son "naturales" muchas de estas situaciones. Los chicos son una esponja y aprenden todo lo que ven. Me niego a que mis hijas crean que está bien dejar la plaza sucia. Que es normal que los autos tengan prioridad de paso sobre los peatones, imponiendo la ley del más fuerte. Que no importa si obstruimos el paso de veredas, rampas o sendas peatonales con nuestros vehículos, sin importar que las necesiten especialmente las mamás con bebés y los discapacitados. O que los perros pueden hacer caca donde quieran mientras sus dueños miran para otro lado.
¿Cómo enseñarles, entonces, el respeto por el prójimo, si ven a diario que los adultos, en sociedad, nos comportamos irrespetuosamente? Y -¡por favor, argentinos!- no seamos soberbios y nos consolemos con un dudoso "esto pasa en todo el mundo". Así como sabemos que en la Argentina no hay menos pobres que en Alemania -como alguna vez nos quiso enseñar una presi-, también sabemos que todo esto no es "normal" en otras partes del planeta. Quien haya viajado alguna vez a algún país europeo (con excepción de Italia y España -de ahí venimos, diría mi abuela-), sabe que puede haber grandes diferencias. Que los autos frenan media cuadra antes con sólo ver que hay un peatón en la esquina, incluso antes de que éste ponga un pie en el pavimento. Que las plazas y calles son limpias, porque se penaliza duramente el ensuciar la vía púbica. Que la vida en sociedad puede ser diferente, algo menos parecido a una selva y al ¡sálvese quien pueda! No nos resignemos. Nuestros chicos son el futuro y al mismo tiempo nuestro fiel espejo. Entonces empecemos a enseñarles (bien) con el ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar aquí tus opiniones o experiencias...