Haciendo zapping, me topé con un documental norteamericano. BAG IT! se llamaba. Y hablaba, obviamente, de las bolsas de plástico y, por ende, de la ecología. Hay muchas cosas que ya sabemos: por ejemplo, el daño ambiental que hacen algunos plásticos que usamos tan sólo unos minutos -como el tiempo que tardamos en ir del súper a casa- pero que permanecerán en la tierra por millones de años. Claramente, no tiene lógica alguna que hayamos creado cosas tan duraderas para necesidades tan efímeras.
Pero si de todo esto todos ya hemos escuchado un poco, en un momento, el documental dio un viraje hacia otra problemática de la cual ahora no puedo desembarazarme: ¿Y qué pasa con todos esos plásticos que consumimos, en vasos, platos, tuppers, recipientes y envoltorios de toda clase que son los contenedores de nuestros alimentos cotidianos? ¿Qué pasa cuando esos plásticos tocan nuestra comida? ¿Nos contaminamos? Con toda esta intro, imaginarán la respuesta: ¡sí! O para ser precisos: en muchos casos, estamos consumiendo toxinas que se desprenden de esos recipientes.
Y de pronto, ante mí -que ya estoy bastante obsesionada con la alimentación saludable, libre de todo tipo de químicos (ya escribí otra entrada de blog al respecto)- de golpe ¡BUM!: otra bomba, que no había calculado. Ahora no sólo hay que cuidarse de los alimentos, sino ¡¡¡de los recipientes en los que vienen los alimentos!!! E incluso más: porque -he aquí el problema- también hemos de cuidarnos de la vajilla plástica que tenemos en casa y principalmente usan -obvio- ¡LAS NENAS!
Así que, sin importar que ya eran las doce de la noche y que tenía que irme a la cama, empecé a revolver toda la cocina, sacando tuppers, revisando vasitos con motivos infantiles, mirando a trasluz y con esfuerzo cada marca ubicada debajo de cada recipiente. Con Google en mano, pude llegar a varias conclusiones, que aquí les resumo: debajo de cada objeto plástico generalmente hay un número o una sigla (o las dos cosas) que se encuentran dentro de un pequeño triángulo. Hagan la prueba, miren en la parte inferior de una botella de agua, por ejemplo. Van a ver un número 1 y la sigla PET. Hay siete tipos de plásticos y, ahora amigos, pueden tomar dos caminos: ignorarlos y seguir como antes -ojos que no ven, corazón que no siente-, o revisar conmigo y separar algunas cosas, especialmente si las usan los chicos.
Según varios estudios y organizaciones internacionales (me fijé de chequear varias fuentes, tampoco se trata de ser alarmistas), no todos los plásticos son iguales. Algunos son seguros de usar (no tóxicos), otros tienen un riesgo medio y otros son altamente tóxicos porque desprenden sustancias que, si las googlean, van a ver la cantidad de cosas que producen en el ser humano (entre ellas, el famoso Trastorno Generalizado del Desarrollo -o TGD. ¿Pura coincidencia que hoy en día haya una gran cantidad de niños con esta problemática que, en la época de nuestros padres y abuelos, no se escuchaba?). En resumen, la cosa es así:
1- PET, como las botellas de agua, es de RIESGO MEDIO/BAJO (si se usan una sola vez)
2- HDPE, que se encuentra en las botellas blancas de leche o potes de yoghurt, ES SEGURO de usar.
3- PVC, en films transparentes o condimentos en botella, es de RIESGO ALTO.
4-LDPE, que está en las típicas bolsas transparentes en donde ponemos la verdura en el súper, NO TIENE RIESGOS.
5- PP, material con la que está hecha buena parte de la vajilla plástica y tuppers que usamos en casa, también ES SEGURA.
6- PS, que es de lo que están hechas las bandejas de la carne o esa vajilla espumosa que se usa en los cumpleaños, se debe EVITAR (sobre todo si ponemos café caliente en una de esas tacitas).
7- Aquí entra una amplia lista de otros materiales. Pero si aparecen las siglas PC, ¡ojo!, es RIESGOSO, porque el policarbonato (ese plástico duro y muy transparente al que normalmente confundimos con acrílico) desprende BPA.
O sea: 1, 2, 4 y 5, permitidos. 3, 6 y 7 prohibidos (por los que defendemos nuestra salud, no por el Estado que de todas maneras permite su uso).
Les cuento mi resultado: tiré seis tazas de niños, de esas que tienen estampas de Disney; separé todo mi juego de vasos de policarbonato (son hermosos, esos estilo retro de colores, pero ¡fuera sea ha dicho!) y me deshice de un juego de platos de plástico que, al no tener indicación, me parecieron de dudosa procedencia. Y me quedé tranquila de que la mayoría de los tuppers y recipientes para microondas son categoría 5 (de todas formas, los especialistas recomiendan no meterlos ni en el micro ni en el lavaplatos, a pesar de estar "habilitados"). Como ya sabía, las mamaderas que usamos en casa no tienen riesgos (tienen que buscar las que dicen BPA FREE y SIN FTALATOS; hoy en día la mayoría de las marcas importantes lo indican en el packaging, pues durante mucho tiempo quienes más se contaminaron fueron...¡los bebés!).
En fin, limpieza hecha, conciencia tranquila. Y ahora a entrenar a las niñas para que coman en platos de loza y tomen en vasos de vidrio. O a recorrer bazares en busca de nueva vajilla, plástica, pero sin riesgos. Así soy, impulsiva y fundamentalista, cuando de la salud se trata. Espero que muchos de ustedes también se sumen a la campaña contra la vajilla tóxica. Que no nos ganen los hábitos de este mundo corporativo, consumista y descartable.