lunes, 19 de septiembre de 2016

Egresaditos...¡que fantástica fantástica esta fiesta!


¿Quién, entre los que tenemos más de treinta años, se acuerda de haber tenido una fiesta de egresados en el prescolar? ¿Quién recuerda a su maestra de salita de cinco? ¿Y a los compañeros (ojo, no vale si fueron los mismos de la primaria)? ¿Quién se acuerda algo del jardín de infantes, más que de ese enorme patio, los juegos, el arenero, y -como mucho- ese aroma a mate cocido que inundaba la tarde?

Repitan conmigo: nadie. Sin embargo, treinta años más tarde, los chicos de salita verde -gracias a sus mamás a las que les encanta complicar las cosas cada vez más y se entrometen por donde pueden en la vida escolar- tendrán su primer fiestón a los cinco años. No bastó con hacer la remera de egresados, para que la luzcan aquellos que no pueden ni pronunciar esa palabra (para mi hija, son los "regresados"). No señor. Hoy en día, no puede faltar la esperadísima Fiesta de Egresaditos, la cual pocos de nuestros chicos realmente recordarán, pero es sin duda necesaria para que las madres -valium de por medio- transiten esta dura etapa que significa dejar que ese pollito del jardincito crezca para convertirse en alumno de primaria. Evento entre histriónico y melancólico, que combina la histeria del pelotero con el lagrimón piantado cuando aparece el video casero que exhibe fotos de los chicos desde que usaban pañales, así se despide hoy el jardín de infantes.

Claro que tremenda fiestita nunca es gratis. Más bien, implica un número para cada familia. Pero no importa: parecería que todos coinciden en que hay que gastar lo más posible para los Egresaditos. Si alguna mamá ofrece una casa para que la cosa salga más económica, todas las demás -luego de obvios agradecimientos- encontrarán las escusas perfectas para rechazarla y elegir, en cambio, la opción más "completa" (léase, carísima). Así es la tiranía de la democracia dentro del grupo escolar. Se vota y no importa si podés o no pagar. 

Ahora a planear la gran fiesta gran. Seguramente vas a almorzar pizza o panchos, pero por ese menú cualquiera de los saloncitos infantiles te cobrará alrededor de 400 pesos por cabeza. En algunos colegios se invita no sólo a los padres sino también al abuelo, la abuela, el tío, el gato y el perro. Multipliquemos por veinte familias: estamos organizando una fiesta para 100 personas. Papi, poniendo una luquita por lo menos, para que el nene tenga su fiestita de prescolar. Y esto recién empieza. Falta la animación, los souvenirs, los gorritos de egresados y la mar en coche. 

Pero, me dirán, ¿no lo disfrutarán los chicos? Claro que lo disfrutarán, como disfrutan de cualquier cumpleaños, con pelotero, animación, papas fritas, pancho y coca. ¿Y no lo disfrutaremos los adultos? Claro que lo disfrutaremos. Charlaremos de lo grandes que están nuestros nenes, haremos terapia de grupo consolando a las más deprimidas, nos confiaremos todos los chimentos que hemos escuchado sobre el primer grado. Y, por último, lloraremos un poquito hacia el final, emocionados por esta "etapa que termina". Pero me sigo preguntando si, para poder pasar a la próxima etapa, había que armar tanto show y espamento. Salón, animador, catering. ¿Qué pasó con el asadito en una casa, el encuentro en el club o el pic-nic en el parque? ¿A qué madre se lo ocurrió que todo eso ya no era viable para una despedida de chicos de cinco años? Seguramente, a ninguna. Pero poné a veinte madres juntas, y ahí se arma la cosa. Todo es plausible de ser imaginado y pergeñado en un (aparentemente inocente) grupito de Whatsapp.





sábado, 10 de septiembre de 2016

Mitos y verdades sobre cómo dejar el pañal



Hace 24 horas que mi beba dejó el pañal. Confieso que no me lo propuse, venía dilatando el tema hace rato. Sin embargo, ayer, cuando llegué al jardín para retirarla, las maestras me dieron la buena nueva: ¡Mami, sorpresaaaaa! ¡Está sin pañal! Sí, así. De sopetón. Se lo sacaron, nomás, sin preguntar. Ante esa situación, obviamente, me vi obligada a comenzar -antes de lo que yo me lo hubiera propuesto (¡todavía no es verano!)- la OPERACIÓN BOMBACHA. 

Tengo que confesar que lo primero que uno hace, inexperta, ante estos momentos es googlear "cómo sacarle el pañal a mi bebé". Y ahí aparecen un montón de consejos en diez pasos, que dan la sensación de que el tema es ultrasencillo, fácil de resolver con un manualcito for dummies. Para las que aún no lo han intentado, tengo que decirles que NADA de todo eso funciona. Porque no depende de "mamá" -como plantean estos instructivos- sino especialmente de cada chico. Algunos proponen leer "las señales" que da el niño cuando está listo. Pero el problema es que esto no significa solamente que el nene pueda decir "caca". Estas "señales" pueden no ser muy claras, sobre todo porque cada chico tiene su manera de atravesar el asunto. En mi caso, puedo decir que la experiencia que tuve con mis dos nenas fue muy distinta. Que no pude seguir, con la segunda, el mismo método que resultó con la primera. Que, como ellas son distintas, necesitaron cosas diferentes para llegar a ese momento glorioso de ponerse la primer bombacha.

Recuerdo que, la primera vez, me había propuesto lograrlo un verano. Por supuesto, la nena no estaba lista. Se sentó un par de veces en la pelela y después no quiso saber más nada. Nueve meses más tarde, me pedía solita usar bombacha. Coqueta, quería estrenar una nueva de Minnie, y desde ese día en que se lo propuso, fue como un milagro: jamás se hizo encima. Es como si la ficha le hubiera caído, estaba completamente preparada y ella me lo hizo saber. 

Para ese entonces, si me preguntaban, yo era una acérrima detractora de los pañales pull-up (esos que son como bombachitas, pero en pañal). Es que, si uno lo piensa, le dan al niño un mensaje confuso: ¿son como la ropa interior, pero me puedo hacer encima? ¿Cómo funciona eso? Andaba por la vida hablando mal de ellos, hasta que nació mi segunda hija, y en un momento decidió -literalmente- arrancarse el pañal. Tenía poco más de un año y no estaba lista para las lecciones en el baño. Más bien, usaba la pelela como un divertimento: se sentaba en ella para jugar, para luego hacerse encima. Así que -mordiéndome la lengua por todo lo que había dicho- fui directo a comprar  los pull-ups, que le daban libertad para vestirse y desvestirse sola, y resultaron ser una buena solución para el verano, cuando ella quería practicar pero no estaba madura aún como para lograrlo. Inútil fue intentar e intentar, creyendo que ya era el momento sólo porque se encaprichó con no usar el pañal. No sirvió de nada llevar la pelela en la valija -nota al margen: ¡¿por qué las pelelas de ahora son gigantes, imposibles de transportar?!-, haciéndola volar cientos de kilómetros, para que ella "aprendiera" en las vacaciones. No lo hagan, no aprenderá sólo "porque es verano". Va a aprender cuando quiera, haga frío o calor, nos guste o no nos guste. 

De todas las reglas, creo que hay una sola. No importa cuántas ganas tenga mamá. Sólo ellos saben cuándo lo van a logar. Y en ese momento, cuando están decididos, nos lo van a hacer saber. Y ahí hay que acompañar. Poner una bombacha o un calzoncillo antes de tiempo sólo puede embarrar más el terreno. De qué sirve volverse loca intentando llevarlo al baño, cuando él todavía ve al inodoro como Mr. Toilet Man (¿Se acuerdan del inodoro con ojos y dientes que asustaba al niño de Mira quién habla al grito de "GIVE ME THAT PEE PEE"). 

Y por eso temblaba, ayer, cuando las maestras -¡divinas!- decidieron que mi gorda no necesitaba el pañal y la dejaron en pantaloncito. ¿Estará 100% lista? Lo menos que quería era empezar con esa inútil serie de avances y retrocesos. Por suerte, aunque tuvimos algún accidente, lo está logrando. Hoy hizo su primer caca en el inodoro -¡aplausos y festejos!-, pero antes hubo que convencerla un buen rato para que abandonara el rincón donde siempre se apuntalaba para hacer a escondidas. Temblé por un segundo, pero por suerte accedió y lo logró en el baño. Lo que queda, en los próximos días, es bastante trabajo, preguntar y repreguntar a cada minuto si tiene ganas, visitar todos los baños de cada lugar a donde vamos... En fin, parte de la rutina de decirle chau a nuestro viejo amigo el pañal. Pero, cuando ellos están verdaderamente comprometidos, hacerlo es un festejo y no un tormento. O al menos así debería ser, no sólo para el chico sino para nosotras, las mamás, que naturalmente pecamos de ansiedad.