jueves, 4 de agosto de 2016

S.O.S. Día del Niño: qué regalar (y un poco de terapia de grupo antes de comprometer nuestra tarjeta de crédito)


Acaban de terminar las vacaciones de invierno, en donde invertiste gran parte de tu salario durante quince días de intensa actividad. Y ahora llega otra obligación monetaria: el Día del Niño. Antes de tener hijos, poco apunte le llevaba yo a las fechas establecidas por el mercado. Sin embargo, después de tenerlos, todas las celebraciones de ese tipo -Día del Padre, de la Madre, del Niño, Navidad, Reyes y otras que recientemente han inventado, como el Día del Nieto o del Abuelo (faltan las del tío y el primo, que seguramente las estarán patentando)- se vuelven ineludibles responsabilidades de desembolso de dinero.

Este año es el tercer domingo de agosto y ahí estamos todos pensando, de antemano, qué vamos a regalar. Tienen la pieza llena de juguetes, ya no sabés dónde guardarlos. Pero vas a salir igual a comprar uno o varios más. Es curioso, además, que durante el año se te ocurren un montón de cosas que te gustaría que tuvieran, pero cuando llega la fecha no encontrás nada que pueda ser útil o novedoso. Si no sos de los que evalúan todos los panoramas antes de decidir, aquí repaso los posibles escenarios.

Una opción es hacerles un regalo súper importante -léase, súper caro-, con el riesgo de que luego jueguen con él dos semanas y después quede arrumbado por ahí, mientras vos tenés que seguir pagándolo en cuotas durante dieciocho meses más. En el polo opuesto, está el regalo económico, para salir del paso. Entonces evitás las jugueterías, que ya sabés que te van a sacar un ojo de la cara, y te metés en el bazar chino. Y ahí elegís alguna de esas porquerías luminosas, que llaman bien la atención, hacen ruido, son de un plástico asqueroso y sabés que se van a romper pronto. Pero salió barato, los chicos se divirtieron un rato, misión cumplida. Aunque pensándolo bien, descarto esta última solución que en realidad podría resultar, según mi experiencia reciente, arriesgada y hasta un tanto peligrosa. La útlima vez que elegí uno de estos juguetes chinos -era una muñeca Frozen que en lugar de piernas tenía una bola lumínica de su cintura para abajo y destellaba luces de colores mientras repetía "Let it go, let it go"-, mi hija de un año y medio tuvo un pseudo brote psicótico obsesivo, como si el juguete la atrapara y no pudiera dejar de escuchar esa música que era tan sólo una suerte de loop que se repetía una y otra vez, mientras se hipnotizaba con las luces psicodélicas. Lo apagábamos y ella se tiraba al piso, pataleaba, gritaba, como nunca jamás la habíamos visto hacerlo. Resultado: el chiche duró tan solo unas horas en casa, lo devolví al día siguiente.

Si querés evitar juguetes de los que nadie te alerta lo nocivos que pueden ser para la psiquis de tus hijos -y sí, después de eso me volví paranoica, desconfío hasta del patito de goma que vende el chino de Maipú-, entonces sin duda hay que optar por la juguetería didáctica. Ahí te enganchás y te querés llevar todo. Hasta que te dicen los precios, dejás todo en su lugar y te vas con las manos vacías. O te llevás algo chiquito, que igual te salió 400 pesos. Y finalmente terminás en la juguetería común y corriente, esa que tiene todas las marcas comerciales del mercado, y decidís comprar lo que los chicos te dijeron que querían. Pero lo comprás sabiendo que es un error hacerlo, porque ellos siempre quieren lo que ven por la televisión, en las publicidades que pasan entre dibujo y dibujo animado. Rara vez se trata de juguetes de materiales nobles, didácticos, que alimentan su intelecto, su imaginación o su curiosidad; más bien casi todos son de plástico y a pila, y no dejan lugar para imaginar nada: hacen de todo. Y además salen carísimos, si compramos los originales. Y, ojo al piojo, después de los cuatro años, ellos se dan cuenta si elegiste el "trucho" y te lo recriminan de por vida.

Después de todo esto, te diste cuenta de la difícil encrucijada en que te han metido los comercios, la sociedad y el capitalismo entero con esto del Día del Niño. En esos momentos, en los que estoy desorientada y desanimada, me acuerdo de ese lindo comercial español que circuló por las redes sociales en alguna Navidad pasada. ¿Se acuerdan? Ése en el que les pedían a algunos chicos que escribieran una carta para los Reyes y ellos hacían una lista larguísima de juguetes. Y luego les pedían que escribieran otra carta para papá y mamá. Y ahí ellos sólo pedían que papá y mamá estuvieran más tiempo y jugaran más con ellos. Y ahí, con ese golpe bajo imprevisto, era imposible no piantar el lagrimón. Y sí, al final, lo que los chicos más quieren -y necesitan- es afecto y presencia. Así que, después de tanto calcular y recalcular, me convenzo de que cualquiera sea el regalo que elija para este Día del Niño, va a estar bien si, al final del día, me siento a jugar un rato con ellos. 

2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo. Darles nuestro tiempo para jugar con ellos ese dia es un muy buen regalo.

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  2. Estoy de acuerdo. Darles nuestro tiempo para jugar con ellos ese dia es un muy buen regalo.

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