lunes, 25 de julio de 2016

Siguen las vacaciones y llueve. ¿Qué hacemos con los chicos, adentro y por poco dinero?


Ok. Ya te moviste para todos lados. Los llevaste al teatro, al cine, al museo. Fuiste a la plaza veinte veces. Pagaste un millón de vueltas en calecita. Saliste a pasear, anduvieron en bici, en rollers, en pata-pata. Por suerte, fue una semana intensa y se cansaron. Pero todavía falta una semana más -ya sé, estarás pensando, al igual que yo, ¡¡¿¿Cuándo empiezan las clases??!! Y no sabés más qué hacer, especialmente porque los días pintan feos, llueve y hace frío. Y no querés seguir gastando un montón de dinero. He aquí algunas ideas. 

1) Descansar un poco de la maratón de salidas. Aprovechar para levantarse tarde, dormir la siesta, esas cosas que normalmente no hacemos, salvo en vacaciones.  

2) Llamar a un amiguito para jugar es siempre una buena idea. Nuestra casa, en donde los chicos ya no saben qué hacer solitos, despliega nuevas posibilidades cuando tenemos invitados. Ellos se divierten solos, y vos descansás un rato o tomás el café con alguna mamá. ¡Por fin, una conversación con un adulto!

2) Comprar algunas revistas para chicos, de esas que traen para pintar, juegos, alguna historieta. Después de una semana sin cole, ya tienen ganas de volver a hacer actividades de mesa. Hacer la tarea del cole, si es que hubiera, es buena idea para ocupar algunas horas mientras llueve. 

3) Todavía quedan muchos talleres por hacer. Por ejemplo, mañana martes, a las 15, dan movimiento creativo en el Centro Cultural Munro, y a continuación hay un ciclo de cine infantil gratuito, allí mismo. También a las 15, en el Centro Barrial El Ceibo, en La Lucila, hay un taller de música y movimiento. El viernes, a las 17, habrá uno de construcción con Rastis en la casa de la cultura de Vicente López. Parece que la idea es construir, colectivamente y con esos ladrillitos, la casita de Tucumán, con motivo del Bicentenario de la Independencia. Y, el fin de semana, en la Quinta Trabucco, habrá talleres de construcción de dragones chinos y de títeres. Son todos gratuitos. Y hay más, sólo es cuestión de revisar la agenda cultural de sus municipios (generalmente tienen facebook y ahí actualizan las actividades). Si están en capital, no se olviden del Malba, hay muchísimas actividades para chicos, inspiradas en la muestra de Yoko Ono. Siempre averigüen antes de ir, muchas de ellas requieren inscripción previa.

4) Armar el cine en casa. No hacés colas, ni pagás entradas, ni salís para nada. Llueve y les ponés una peli, no importa si la vieron quinientas veces. A ellos les encanta revivir por enésima vez cómo Rapunzel lanza su cabello por la torre o Frozen canta "Libre soy" mientras crea mágicamente su castillo de hielo. Son casi dos horas de entretenimiento hogareño, sin costos ni esfuerzo alguno. 

6) Ok. Preferís salir, a pesar de la lluvia. Ellos quieren ir al cine, pero ya vieron Buscando a Dory, o no te gusta la programación, o no querés pagar 150 pesos por cada entrada y ya no encontrás promos. Fijate que hay un ciclo de cine Disney en el Centro Cultural Munro, y es gratuito. Mañana martes, a las 16, dan El libro de la selva y este domingo, también a las 16, una más nueva: Grandes héroes. Las entradas se retiran el día de la función a partir de las 10 de la mañana.

5) Normalmente estoy en contra de dejarlos usar la compu. No me gusta que se entretengan con chupetes electrónicos. Pero de vez en cuando, no hace daño. Hay una página que me gusta especialmente: sesamestreet.org. Sí, es la página oficial de nuestra vieja y querida plaza sésamo, la misma que mirábamos cuando éramos chicos. Tiene juegos didácticos y me gusta, especialmente, la sección Art Maker, un espacio para dibujar con muchísimas opciones para desplegar la creatividad (y, de paso, desarrollar la destreza sobre la pantalla táctil). 

6) Y si todavía no fueron al teatro, al menos llevalos una vez. Lo más probable es que no haya otra oportunidad en el año. Y ahora hay mucha oferta, especialmente cerca de casa, y a buenos precios. En el teatro York de Vicente López, con entrada a 100 pesos, todavía quedan espectáculos musicales de Mariana Baggio (el miércoles), el Dúo Karma (viernes) y una versión de Romeo y Julieta para chicos (jueves). Yo elegí el espectáculo del sábado: Zick, Zack, Puff, de una compañía suizo-argentino de teatro danza. Después les cuento. Si vivís en capital, no te pierdas Saltimbanquis, en el Teatro Regio, con entradas a 80 pesos.

7) Por último, no olviden a la familia. Un abuelo, abuela, una tía, primos. Visitar a la familia es siempre un buen recurso cuando no sabemos más qué hacer. Quién no disfruta de una tarde de lluvia en familia, entre mates y facturas. A veces buscamos planes ultrarebuscados y, sin embargo, ellos la pasan igual de bien con algo sencillo y conocido, como jugar entre primos. Simplifiquemos y facilitémonos las cosas. No enloquezcamos.

Si tienen alguna otra idea para días de lluvias, gracias por compartirla (descarté los peloteros porque, como habrán leído en algún lugar, no me gustan, pero si a ustedes les parece bien, avanti). Siempre es bueno recolectar recursos para tenerlos a mano cuando llueve y los chicos caminan por las paredes y no sabemos más qué hacer.

Disfruten esta segunda semana. No se agoten. Descansen. Ya falta poco para volver a la rutina y... ¡desear otra vez que lleguen las vacaciones!

viernes, 22 de julio de 2016

Anda Calabaza y Vuelta Canela. Instruir el oído de nuestros hijos, desde pequeños


Ayer fuimos a ver a Anda Calabaza. Para quien no la conoce, se trata de una banda de rock para niños. Sí, rock n' roll; una banda completa, con batería, guitarra acústica, eléctrica, bajo y teclado, que utiliza los sonidos que más escuchamos los papás en un espectáculo pensado para chicos. Son cuatro los músicos/actores en escena, más otros dos músicos de soporte, los que tejen canciones de manera entretenida, hilvanando ideas con melodías. Tengo que decir que es excelente el modo en que se relacionan con la audiencia. Un nene elije, por ejemplo, el color amarillo y ellos cantan sobre el amarillo y un grillo. Y luego es el turno de los chicos, que tienen que inventar una rimas con violeta -por ejemplo, bicicleta. Y después todo el auditorio, grandes y chicos, se involucran con todo el cuerpo, para armar una secuencia de movimiento de brazos y manos que, sin darnos cuenta, se convierte en ritmo. Más tarde, las rimas volverán de la mano de las frutas y verduras. Es impecable el trabajo que este equipo realiza para buscar la participación del público infantil, utilizando ritmos, movimientos y sonidos, sin caer en lugares comunes. Acá no está el viejo y conocido "¡¡¡Chicos, ¿para dónde se fue?!!!". No. Anda Calabaza es pura imaginación. 

Y después está el rock. A veces un poco hard para mi gusto -y para el de mi nena más grande, que por un momento vino a buscar mi regazo, un poco aturdida. Los Anda Calabaza apelan a múltiples influencias; de a ratos parecen los Ilia Kuriaki, en otros una banda punk y, en los momentos que más disfrutamos, una guitarra acústica sostiene melodías pegadizas en busca de coplas divertidas. Lo cierto es que esta banda se propone, sin duda, formar una futura audiencia para el rock, algo que festejo en un momento en que el género está bastante relegado, mientras que los adolescentes prefieren los ritmos importados del reggaeton.

Hablar de una banda formadora de espectadores musicales me hace pensar, sin duda, en nuestra banda infantil favorita. En casa escuchamos, especialmente, a Vuelta Canela. Este trío musical, sostenido sobre la estética del clown, es impecable desde distintos puntos de vista. Desde lo musical, suenan bárbaro. Ellos apelan a todo el repertorio de ritmos latinoamericanos. Así, a una cumbia colombiana, le sigue un valcecito, una chacarera, un carnavalito, una melodía brasileña y mucho más. Usan guitarra, violín, flauta, acordeón y diferentes instrumentos de percusión. Y no le temen a los momentos "tranquilos". Si Anda Calabaza parecería buscar la euforia del pogo, Vuelta Canela sabe hacer valer una melodía dulce y lenta como Canto de um povo de um lugar, de Caetano Veloso. No hay que subestimar a los chicos. Ellos también saben apreciar lo que es bueno y, si está bien presentado, no se aburren aunque la canción sea menos animada o no invite al baile o la fiesta. Además, la cantante principal, Lua, tiene una voz dulce y liviana, para deleitarse.

Si quieren ver a estos grupos, aprovechen en los próximos días, pues ambos estarán por distintas partes de la ciudad y zona norte. Anda Calabaza estará con Sin fin -el espectáculo que comenté, en el que presenta su segundo disco- en Ciudad Cultural Konex, el 24, 29 y 31 de julio a las 15 (Sarmiento 3131, CABA), el 28 de julio a las 14 y a las 16.45 en el Centro Cultural Espacios (Witcomb 2623, Villa Ballester) y el 30 de julio a las 16 en el Teatro de la Media Legua (Aristóbulo del Valle 199, Martínez). Vuelta Canela -también presentando su segundo disco- estará el 30 de julio a las 11.30 en Alparamis (Libertador y Malaver, Olivos), el 31 de julio a las 15 en el Centro Cultural Haroldo Conti (Libertador 8151, Núñez) con entrada a la gorra, y dará un show gratuito y al aire libre el 28 de julio, a las 18, en Parque Patricios. 


jueves, 21 de julio de 2016

El Planetario. Un viaje en el tiempo y el espacio


No iba al planetario desde que era pequeña. Ni siquiera recuerdo haber entrado. La última vez que estuve ahí tendría alrededor de diez años. Sólo me acuerdo que mi hermano cayó sobre el filo de mármol de un monumento que estaba afuera del edificio y tuvimos que salir corriendo al hospital a pegarle la cabeza con la gotita. Creo que ni siquiera habíamos llegado a entrar ese día y, si lo hicimos, el rostro ensangrentado de mi hermano ganó terreno en mi memoria. 

Así que tenía ganas de volver al viejo Planetario, esta vez, con mis hijas. Y ayer fuimos. Es increíble qué diferente se ve el Planetario de día y de noche. Cuando uno pasa con el auto por Figueroa Alcorta, la escena nocturna de la esfera iluminada, toda encendida en luz violeta, da la impresión de un lugar moderno y tecnológico. Sin embargo, de día, no es más ni menos que el mismo Planetario de siempre, con toda su estética de los años sesenta (fue construido en 1964). Es como si el tiempo allí no hubiera pasado y el interés por los astros nos remontara a la época de la guerra fría y la carrera espacial. Adentro, el pequeño museo del primer piso es igualmente discreto y conserva la misma estética retro, con pequeñas vitrinas que muestran algunos meteoritos, esferas de planetas del tamaño de un mapamundi, una o dos pantallas táctiles con alguna actividad alusiva, una tele que combina fragmentos de la película de George Méliés de 1902, Viaje a la luna, con las imágenes de 1969 de cuando el hombre pisó el satélite de la tierra. También algunos cohetes de juguete del tamaño de los antiguos autitos de colección y postales fotográficas autografiadas de astronautas norteamericanos, nada demasiado grande, ni demasiado vistoso, ni demasiado llamativo. Lo más entretenido, para los más chicos, es una imagen de cartón donde los niños pueden poner su cabeza para sacarse una foto con traje de astronauta. Nada allí, en ese museo que se recorre en quince o veinte minutos con suerte, da la impresión de que la ciencia espacial sea algo actual o tecnológico. Más bien todo lo contrario. 

Por último, el espectáculo. La sala de la "esfera gigante" es el único espacio en donde el Planetario parecería haberse actualizado. Allí, los butacones son cómodos y grandes, como asientos de una moderna nave espacial, perfectos para recostarse y disfrutar de ese cielo proyectado. Miro para arriba y la pantalla también parece nueva, todo está en perfecto estado. Y por supuesto, el espectáculo brinda lo que uno fue a buscar. La experiencia de un cielo nocturno abierto, la sensación de viajar en el espacio más allá de lo humanamente posible, la magia de disfrutar de una noche superestrellada en pleno día y en la ciudad. Nosotras vimos Cuentos para no dormir, el espectáculo que, de los tres que ofrece el Planetario, está pensado para los más chiquitos. Una chica acompaña en vivo, con su narración, la experiencia. Y le pide a los chicos que dibujen en el aire sus propias constelaciones. Y cuenta algunas breves historias griegas y orientales, sobre las que se fundaron las constelaciones de Orión, Escorpio, Leo y otras más. La narradora sabe involucrar a sus pequeños espectadores, que responden simples preguntas, y los mantiene involucrados en la propuesta más allá de la completa oscuridad de la sala. Ella sabe matizar la información dura y el contenido educativo con momentos de distensión y humor. Y funciona. 

Para completar el día, en los alrededores del Planetario, además de los patos que siempre están dispuestos a rodearte a cambio de unas migas de galletitas, han puesto también un montón de juegos para chicos en la Estación Saludable que se encuentra cruzando Figueroa Alcorta, en una calle que han cortado para tal fin. Hay dos inflables, plaza blanda, circuitos de aros y vallas, futbol-tenis, cancha de volley, pelota-paleta y otros juegos. Eso me salvó la tarde, porque tuve que esperar dos horas hasta que comenzara nuestra función, ya que la anterior, para la cual había ido, estaba agotada. Conclusión: si les interesa, vayan al menos con una hora de anticipación.

Las entradas salen 60 pesos y los menores de dos años no pagan. Y hay muchas escaleras, no lleven cochecito. Por suerte, ¡esta vez lo dejamos en casa!


miércoles, 20 de julio de 2016

La feria del libro infantil y Tecnópolis. Pros y contras de una jornada 2 x 1


El lunes abrió la Feria del Libro Infantil en Tecnópolis (en el CCK ya llevaba algunos días). Y ayer fuimos a conocerla. Nunca había ido a Tecnópolis y, al llegar, me di cuenta de que la feria era tan sólo un granito de arena en un gran desierto. Tecnópolis es enorme y, no sé todavía bien cuánto había para ver, pero sin duda había mucho para recorrer. Sin mapa ni ninguna certeza -en el punto de información me dijeron que no había mapa para visitantes (flojo ahí, el mapa es necesario en un lugar tan inmenso)- comenzamos a pasear sin rumbo cierto, casi como para ver qué nos deparaba el destino. Fue una jornada larga y agotadora, pero con algunos puntos a favor. Les cuento los pros y contras, y ustedes deciden si vale la pena.

A favor. Como la Feria del Libro no es inmensa ni llena de actividades, como en otras oportunidades, por suerte están las actividades de Tecnópolis para suplir esas falencias. Así, si te cansás de andar husmeando libros, podés llevar a los chicos a que se entretengan al aire libre, en unos juegos bastante originales que descansan un poco más allá de la explanada del pabellón de la feria. Además, si la Feria del Libro siempre se caracterizó por esos agotadores amontonamientos humanos, Tecnópolis se destaca por sus inmensas calles abiertas, donde podés respirar tranquila más allá de que haya un millón de personas dando vueltas. Es tan grande que siempre vas a podés encontrar un lugar donde sentarte en paz a descansar o comer algo rico. ¡Ah! Hablando de algo rico, hay una feria gastronómica de cosas dulces supertentadoras, justo al salir del pabellón de los libros. Además, mis nenas se entretuvieron mucho en unos laberintos inflables y la muestra de dinosaurios es muy buena. Pensé que me iba a encontrar con dos o tres bichos y la verdad es que hicieron todo un extenso paseo, con un montón de animales prehistóricos en tamaño real que se mueven y hacen ruido, además de la muestra de huesos en un salón cerrado. Hay que reconocerlo, eso está bueno. 

En contra. Ahí todo es a lo grande, y eso puede jugar en contra cuando estás sola y tirando de una nena de cinco años y un cochecito de bebé. La cola para dejar el auto es gigante, el trayecto del estacionamiento hasta el predio es gigante, Tecnópolis es gigante y terminás, obviamente, enormemente agotada. El carrito de bebé es un aliado para cargar todas las cosas que llevás para pasar el día pero -¡oh, sorpresa!- hay un sector al que sólo se puede acceder por una inmensa escalera (pregunté y la verdad es que no encontré rampa) y ahí estaba yo, haciendo malabares para subir con todo hasta que alguien se apiadó y me ayudó. Por otra parte, al no haber mapa, la recomendación por parte de la chica de informes era preguntar a las personas de azul, que formaban parte del staff. Pero cuando lo hacía, éstos no se mostraron demasiado seguros de lo que pasaba en otros rincones del predio. "¿Qué puedo ver con una nena de cinco y otra de dos", preguntaba yo. Y me respondían: "Creo que en el pabellón tal está pasando algo para niños, pero no sé bien qué". Muy preciso. A veces era más fácil preguntar a la gente que estaba formando fila para ingresar a algún sector. Así descubrí que hay un acuario, pero me resigné a no conocerlo, porque una hora de cola bajo el frío con dos niñas pequeñas no se justificaba por un par de peces bajo el agua. Encontramos una mini-estación YPF para niños y, más allá, descubrimos el avión que siempre vemos desde la General Paz, pero no estaba funcionando (aparentemente hay un simulador, pero estaba cerrado). Así que gran parte del paseo fue conocer el predio, sin saber bien a dónde ir o qué hacer. Por suerte ya había encontrado -apenas llegamos- la muestra de los dinosaurios y los juegos para niños, y eso estuvo bien.

En cuanto a la Feria del Libro, no pasaba mucho ahí dentro. No encontré un sector de lectura -siempre solía haber un sector de biblioteca para que los chicos se sienten a leer-, ni tampoco actividades de taller, ni un lugar para que los chicos puedan dibujar o jugar un rato. Sólo encontré a un mago haciendo algunos trucos en el medio de los stands de libros, con toda la gente alrededor amontonada, bloqueando el paso en los pasillos. Ni siquiera había un escenario, así que era imposible ver al ilusionista y seguimos nuestro camino, entre permisos y empujones. Compré un par de libros a las apuradas y me fui, un poco desilusionada. ¿Los precios? Más o menos igual que en las librerías, aunque muchos stands ofrecían promociones llevando tres libros en lugar de uno.

Esa fue mi jornada, entretenida pero agotadora. Ustedes me contarán si fueron a Tecnópolis y pudieron descubrir alguna otra cosa interesante para los más pequeños. El regreso a casa, otra tortura china. A paso de hombre por Constituyentes, hasta que me avivé -¡gracias GPS!-, después de media hora de estar prácticamente detenida en el tránsito, de que era mejor agarrar por el otro lado, darle la vuelta por detrás al predio por una calle de nombre Zufriategui que sale, en diagonal, directamente hacia la General Paz. Y así volvimos en paz, supercansadas, listas para comer e ir a la cama y prepararnos para un nuevo e intenso día de vacaciones de invierno. 






lunes, 18 de julio de 2016

Disney on ice, ¿vale la pena? Algunas recomendaciones para padres y sus princesas

      


      Es verdad. Antes dije que prefería, en vacaciones, ir al teatro cerca de casa. Evitar las multitudes. No viajar una hora al centro. Elegir opciones de calidad pero fuera del mainstream en lugar de los espectáculos comerciales de calle Corrientes, que sacan provecho de lo que vende en la tele. Pero tengo que confesarlo: Disney on ice me gusta. Tal vez porque se trata de patín artístico, una disciplina muy cercana a la danza que me atrae más allá del gran despliegue escénico. Otro tanto, tal vez, porque llevo atesorados en mi memoria los recuerdos de Holliday on ice, que eran una tradición, cada invierno, para mi abuela y un grupo de siete primos. Yo era chica y lo amaba. Con Holliday on ice era posible lo espectacular, el teatro era un mundo verdaderamente mágico. Vestuarios imponentes. Piruetas mortales. Velocidad. Colorido. Coreografías milimétricamente ensayadas por un batallón de patinadores, que armaban cuadros que se desplegaban una y otra vez como un caleidoscopio. 

      Es por eso que, ayer, llevé a mis hijas y sobrinas a ver, sin duda, al principal heredero de aquellos pioneros del hielo. Y comprobé que, la de la pista de patinaje, sigue siendo una fórmula que no falla. Hay tres simples razones para ver Disney on Ice, al menos una vez en la vida. La número uno: la espectacularidad de la puesta. Pura magia frente a nuestros ojos. Allí puede nevar con la sola voluntad de Frozen, o podemos sumergirnos debajo de un mar de burbujas para conocer a la Sirenita. Y la nieve y las burbujas están efectivamente allí, en escena, de a montones interminables. No es un simple truco de pantalla. También hay fuego, escupido por un dragón gigante -"¿es fuego de verdad?", me consultaba incrédula mi chiquita; "sí, de verdad mi amor, pero no pasa nada", contestaba yo-; fuegos artificiales, chispas doradas que saltan por aquí y por allá y mucho más histrionismo. Pero es el Luna Park, ese espacio inmenso, y allí vamos a buscar eso. Que nos conmueva un golpe de efecto. 

    Razón número dos: el patín artístico. No tenemos una cultura de patín sobre hielo y, sin embargo, está bueno empaparse un poco de eso. Si tengo que elegir entre llevar a las nenas a ver a los cabezones de Peppa Pig o a los personajes de Disney en patines, elijo esto último. Las disciplinas artísticas que involucran la destreza física pueden estimular a los chicos que las descubren por primera vez de maneras impensadas. Mis sobrinas más grandes disfrutaban con un "WOW" cada salto y cada pirueta. Que un espectáculo les genere inquietudes deportivas es un plus, sin duda.

     Y por último, están los personajes de Disney. Los viejos y conocidos, y también los nuevos y más esperados por los chicos de hoy. Esta vez se pudo ver a Aladdin y Jazmín, a Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente, Bella (de La Bella y la Bestia, pero sin la bestia), Tiana, la Sirenita -¡bellísimo!-, algo de Rapunzel -éste fue el cuadro más flojo de todos, teniendo en cuenta que la patinadora tuvo algunos problemas-, y mucho de Frozen. El número de Anna y Elsa era, tal vez, el más esperado, porque las hermanas de Arendelle nunca habían venido a la Argentina sobre patines. Y como siempre, estuvieron Mickey y Minnie -nunca olvidaré la reflexión de Irina de cuatro años sobre el asunto: "Las princesas son patinadoras disfrazadas, pero Mickey y Minnie son de verdad, ¿no mamá? ", me dijo el año pasado, cuando nos enamoramos por primera vez de Diseny on Ice gracias a que una amiga nos regaló las entradas. Y sí, para los enanos esta experiencia supone estar frente a frente con Mickey y Minnie "de verdad". Y eso vale muchísimo, especialmente si, como sucede en casa, ir al país del norte a visitar a los ratones más famosos es un proyecto fuera de nuestro alcance económico. Este espectáculo es, sin duda, un poquito de Disney, aquí, en la Argentina.

    Dicho todo esto, tiro algunos tips tal vez útiles. No es necesario gastar una verdadera fortuna; nuestras localidades eran en la platea Madero Alta, de 350 pesos (la sección más económica con ubicación numerada), y aún así teníamos una vista impecable de todo el espectáculo. Es más, no es recomendable estar tan cerca, en un palco carísimo pegado a la pista. Recuerden que es lindo apreciar con un poco de distancia y altura el conjunto del cuadro. No vamos para verles el número de calzado a un par de patinadores. Por otra parte, es un espectáculo pensado para ser disfrutado desde todos los ángulos, así que tanto en la platea lateral como en el superpulman -es decir, en ambos costados- se ve muy bien. Otro tema: los vendedores. Una vez adentro estarás condenado a pagar 40 pesos por unas papas fritas de paquete (el más chiquito de todos). Y la función es muy larga (dos horas y media), y los chicos en el intervalo tienen hambre. Así que a llevar todo desde casa, bien escondido en el fondo de la cartera. Además, es recomendable que las nenas se vayan "lookeadas" de antemano. A las mías las llevé disfrazadas de Anna y Elsa -y eran muchas las nenas que así llegaban- porque si no a la salida te piden que les compres de todo -obviamente, quieren estar como las demás nenas y reproducir las escenas del espectáculo- y los vendedores no paran de refregarles capas, vestidos, coronas y otros objetos del merchandising en la cara. 

    Último dato: este año la temática es especialmente para nenas. Puras princesas (ok, y sus príncipes), en escena. El año pasado, estaba más repartido, una de cal y una de arena, un poco de Blancanieves y Rapunzel y otro poco de Toy Story y Peter Pan. Este año, no. Las princesas ganaron, caballeros. Así que lo recomiendo especialmente para ellas. ¿A partir de qué edad? La mía de dos años lo disfrutó muchísimo. Ni siquiera se quejó aunque se pasó con caca en el pañal durante todo el primer acto. Y, en el segundo, con la cola ya limpita, cantó y bailó "Libre soy". Efectivamente, le gustó.




miércoles, 13 de julio de 2016

Línea de largada: vacaciones de invierno 2016. A dónde ir y qué hacer en Buenos Aires y Zona Norte


Ya llegan las vacaciones de invierno. Si te quedás en Buenos Aires y tenés tiempo para dedicarles a los chicos, acá te comparto algunas ideas que seleccioné y me agendé para ir con mis nenas. Elegí opciones económicas, de calidad y, preferentemente, cerca de casa. Veamos.

Paseos. Hay tres paseos típicos de vacaciones de invierno y que no fallan. En primer lugar, la Feria del libro. Este año tiene entrada gratuita y se hace en dos sedes: el Centro Cultural Kirschner y Tecnópolis. Además, por la tarde hay espectáculos y talleres dentro de la feria, y nunca está de más comprarles algunos libros nuevos a los chicos. La última vez que fui conseguí algunas cosas a precios excelentes (por supuesto, siempre hay que revolver y buscar). En segundo lugar, el Planetario. Las entradas para los espectáculos salen $60. Y después te quedás por el parque, dándole de comer a los patos. Un día redondo. Por último, el viejo y querido zoo. Aunque este año, lo que allí pasará es un misterio. El 16 de julio reabre como Eco Parque. ¿El precio? Otra incógnita.

Museos. Para los días de frío o lluvia, los museos son ideales. Me encantan especialmente Prohibido no tocar, en Recoleta, y el Museo de los Niños, en el Abasto. Pero esas opciones no sólo están lejos, sino que en vacaciones se recontra-llenan y además son algo caros. Elegí, para esta vez, algo distinto. El Malba tiene talleres para chicos pensados para que éstos trabajen sobre una muestra de Yoko Ono que puede verse actualmente. Hay opciones para niños de tres años en adelante y cuestan entre $60 y $70. Por supuesto, hay que sacar entradas con anticipación (podés hacerlo online). El fin de semana pasado visitamos el Museo de Arte Popular José Hernández (casi nadie  lo conoce, es uno chiquito ubicado sobre Libertador, a la altura de Bulnes). Allí hay una muestra pequeña que se llama Animales haciendo lío. Si bien la muestra se recorre muy rápido, las nenas se quedaron jugando con las cosas que allí había más de dos horas. Y lo bueno es que, como el espacio es chico, uno puede dejarlos que vayan y vengan sin problemas, sin tener que perseguirlos por todo el museo para que no se pierdan. Además, en vacaciones habrá talleres de arte y espectáculos. Averiguen antes de ir. Por último, habrá actividades interesantes en el MAMBA, en San Telmo. Si me animo a ir hasta allá, no quiero perderme, por ejemplo, el taller de danza, los sábados 23 y 30 de julio, por la mañana. 

Talleres. Hay muchos más en otros espacios, por fuera de los museos. ¡Cómo me gustan los talleres de vacaciones! Los chicos juegan un rato entretenidos por un docente y una se relaja. Me apunté algunos cerca de casa, que me interesaron particularmente: Taller de armado de juguetes, el viernes 15 y el sábado 23 en el Museo Larreta (aunque es un poco caro, $150 por niño o $250 por dos niños). Taller de arte sustentable, este sábado a las 15 en la Plaza Amigos de Florida (la de San Martín y la vía, en Florida, gratis). Taller de movimiento creativo, los martes 19 y 26 en el Centro Cultural Munro (gratis). Además, en el C.C. Munro habrá ciclos de cine infantil y talleres de clown, entre otras cosas. No sé si fueron, pero la sala del centro cultural está totalmente renovada, es un espacio espectacular y allí todo es gratuito. Vale la pena.

Espectáculos. Mucha gente piensa que llevar a los chicos a ver teatro significa amontonarse en calle Corrientes y pagar fortunas por unas entradas. Gran error. Si quieren hacerlo, avanti. El otro día llevé a las mías a ver Playground (me dieron invitaciones de prensa y, como saben, a caballo regalado no se le miran los dientes). El inicio del show fue el climax de toda la obra: Juanchi y Juli, los de la tele, aparecieron entre la platea y no puedo reproducir la cara de fascinación de mi nena menor, que no podía dar crédito a lo que veían sus ojos, cuando se volvía real lo que cotidianamente ve en la pantalla. Esa apertura, acompañada de papelitos de colores que caían mágicamente del cielo, fue el momento cumbre del espectáculo. El resto, más de lo mismo. Colorido, divertido, igual que la televisión. Elijo entonces recomendarles algunas cosas distintas pero igualmente -o mucho más- divertidas, con propuestas más originales, más pedagógicas, mejores artistas y, además, a buen precio. Anoten.

El Teatro York que depende de la Secretaría de Cultura de Vicente López tiene una programación excelente en estas dos semanas, con entradas a $100. Por ejemplo, estarán los Anda Calabaza, que si los van a ver al Konex pagarán el doble. También el circo de Gerardo Hochman; la famosa Objetos maravillosos de Hugo Midón; un espectáculo de sombras basado en Alicia en el país de las maravillas que tuvo muy buena crítica en el pasado; una compañía suiza de danza-teatro y más. Averiguen, vale la pena. Por el Centro Cultural Munro estarán los Vuelta Canela -si no los conocen, vayan, es un grupo impecable de música para niños-, una obra de Claudio Hochman, Valor Vereda, Mariana Baggio, todo gratis (vayan temprano para retirar las entradas antes que se agoten). 

Por capital, vale la pena acercarse al teatro Regio a ver Saltimbanquis, o los títeres del San Martín que esta vez estarán por La Boca, en el Teatro de la Ribera. Y este año, festejo que el Colón haya vuelto a programar espectáculos para toda la familia. Es una gran experiencia para los chicos ir al gran coliseo argentino. Hay que llevarlos, para que le pierdan el miedo, para que vean que es el gran teatro de todos y, de adultos, se conviertan en sus espectadores. Este sábado, a las 11, habrá una función de Conciertos Inter-venidos, pensados para acercarles a los pequeños algunas obras clásicas del repertorio romántico francés. Y la gran joyita del ciclo Colón en Familia podrá verse un poco más adelante, a fines de agosto: El gato con botas, una ópera basada en el cuento de Charles Perrault. La magnificencia de las puestas escenográficas y las voces que vienen literalmente desde el cielo (por ejemplo, un coro de niños ubicado dentro del gran candelabro), será algo que no podrán encontrar en ningún otro teatro, una experiencia mágica que sus hijos jamás olvidarán. Háganse un lugar en la agenda y vayan.

De paso, una pequeña crítica para las autoridades del Colón, a quienes conozco personalmente y respeto: aplaudo que exista un abono familiar, pero ésta no puede ser la única opción para poder llevar a los chicos al teatro. Deberían existir funciones de las obras infantiles por fuera del abono, ya que el remanente de entradas que actualmente está quedando para esas funciones es muy poco y no se consiguen entradas en asientos consecutivos, ni siquiera intentando comprar con bastante anticipación. Por otra parte, los abonos son caros -más de dos mil pesos para llevar a un solo niño-, y no todas las obras son para todas las edades (en mi caso, mi hija de cinco años sólo podría ver la mitad de la programación). En ese sentido, es importante que existan funciones por fuera del abono, para aquellos que no pueden pagar seis funciones anuales de un solo saque, o para quienes tienen niños pequeños y quieren al menos darles una experiencia en el teatro.

En fin, hay mucho más para ver. Éste es sólo mi recorrido. Espero que les sea útil y, ¡felices vacaciones! 










lunes, 11 de julio de 2016

Hermanos, ¿hacemos diferencias?


Cuando nació mi primer hija, me regalaron un libro sobre maternidad y familia de Laura Gutman. Me acuerdo, especialmente, de una anécdota que ella contaba respecto de una experiencia de un paciente. Se trataba de un hombre que, cada vez que su hijo mayor molestaba a su hijo menor, estallaba sobre el primero con bronca y violencia (verbal, al menos). Un día, en terapia, reprodujo una discusión familiar en la que él terminaba gritándole a su primogénito algo así: "¡No sabés lo que pasaba en mi casa si yo osaba hacerle algo a mi hermanito!". Y así, el pobre hombre, se daba cuenta del esquema familiar que estaba reproduciendo: él era ahora con su hijo mayor como una vez había sido su padre con él. 

Cuántas veces nos habrá pasado de reconocernos en nuestros propios padres en la crianza de nuestros hijos. Y, claro, ellos también hicieron lo que pudieron. Pero está bueno darse cuenta, rescatar los buenos modelos y dejar de lado aquellos no tan buenos. Por ejemplo: es común que las familias etiqueten a sus integrantes. Es fácil hacerlo y contribuye a darle identidad y un lugar en el grupo a cada miembro. Así, por ejemplo, tradicionalmente las mamás siempre compararon al segundo hijo con el primero. "Juancito es un vago en el colegio, nada que ver con Pedrito, que siempre es tan aplicado". Y sí, pobre Juancito, ya entendió que si su hermano mayor es el aplicado, a él le toca el papel del vago. Y así lo será siempre. Mamá y papá, los queremos mucho, pero aquí se equivocaron: no le hacen ningún favor al segundo hijo al ponerle a su hermano mayor como modelo de referencia. Si Pedrito hace blanco, Juancito sólo querrá hacer negro.

En suma: ni el modelo del hermano mayor imbatible, ni el modelo del hermano menor sobreprotegido por ser "el chiquito" le hacen bien a los chicos, ni para moldear su identidad ni para relacionarse con su/sus hermano/s. Sólo generan competencia y resentimiento. Sin embargo, tampoco podemos pretender que dos hermanos sean exactamente iguales. Entonces, nuestra relación tampoco puede ser idéntica con cada uno de ellos. Pedrito puede querer ir a fútbol, taekwondo y ajedrez, y Juancito puede no querer nada de eso. A Pedrito tal vez le encante acompañar a papá a la cancha, pero a Juancito no, entonces habrá que acercarse a Juancito y ver qué otras actividades son de su interés y pueda compartir con papá. Cada uno irá desarrollando su personalidad y en función de eso establecerá una relación particular con nosotros, los grandes. Es bueno darles iguales oportunidades, siempre respetando sus singularidades. 

El asunto es complejo, delicado y uno siempre tiene dudas y comete errores. ¿Intervengo en sus discusiones o los dejo resolver solos? ¿Hago de juez y mediador, o mejor me aparto? ¿Reté por demás al más grande simplemente por ser eso, el más grande? ¿Lo hice responsable sólo porque tiene dos años más que el otro? ¿Estoy protegiendo por demás al más chico, como si aún fuera un bebé? La de la injusticia es una línea muy fina y delicada y es muy fácil cruzarla, a veces sin darnos cuenta y sin malas intenciones. Creo que, más que impartir dictámenes respecto de quién tiene o no la razón, nuestro rol como padres es hacerlos reflexionar a cada paso sobre lo valioso que es tener un hermano, alguien en quien confiar y apoyarse para toda la vida. Ya lo dijo un viejo y conocido gaucho, nuestro querido Martín Fierro:

Los hermanos sean unidos
Porque esa es la ley primera
Tengan unión verdadera
En cualquier tiempo que sea
Porque si entre ellos se pelean
Los devoran los de afuera.

Y si alguno pregunta: "Papá, mamá, ¿a quién quieren más?", les dejo una vieja respuesta de mi abuela Anna, aprendida allá lejos y hace tiempo en su Rusia natal. "De tus cinco deditos -decía mostrando una mano-, ¿a cuál querrías cortar? A ninguno: todos son distintos pero necesarios, y los querés a todos por igual".

sábado, 2 de julio de 2016

¿Es así o no es así? Reflexiones sobre cómo les enseñamos (mal) con el ejemplo


Un lector me pidió que contara el trayecto que hacemos diariamente con las nenas al jardín. Imagino que habrá pensado en un retrato idílico. Hoy lo voy a contar, pero lejos estamos de la escena de película. Es verdad que cada día es inolvidable, pero miren cómo son.

Salimos de casa y apenas ellas ponen un pie en la vereda mis palabras son "¡Cuidado no pisen cacaaa!". Sí, salir a mi vereda es como salir a un campo minado. Hay que andar con cautela, saltando de baldosa en baldosa, aquí sí, aquí no, cuidado, cuidado... Si hay que subir al auto, la proeza es aún mayor, porque habrá que estirarse mientras estás cargando los bolsos y con la bebé a upa, para poder llegar hasta la puerta del coche, sentar a la nena en la sillita, haciendo equilibrio sobre un pie porque cerca de los arbolitos lo más probable que cualquier pisada sea en falso y tengamos que volver a casa a lavar el zapato. ¡¡¡Y no me vengan con eso de que trae suerte!!!

Con la mayor, el recorrido es generalmente a pie hacia la escuela. Así que andamos zigzagueando los regalitos de los canes del barrio, que ya no son educados como los de antes que te los dejaban sólo en la zona de pasto. A veces es imposible esquivarlos -no exagero, están literalmente restregados por toda la vereda, tras haber sido una y otra vez pisoteados (perdón que insista, ya les dio asco)- entonces optamos por cruzar la calle en la mitad de la cuadra, a pesar de que sé que hay que mostrarles que se cruza por la esquina. Las dos cuadras que siguen hacia el colegio, por la calle principal, es también un ejercicio de rayuela. Pero como la vereda es más ancha podemos hacerlo más relajadas, cantando a veces, o jugando a echar humo por la boca los días de mucho frío. Pero siempre en guardia, con la mirada al piso. 

A la vuelta, en cambio, volvemos dando la vuelta a la manzana por el otro lado. Ahí generalmente voy con el cochecito de bebé y la tarea se vuelve más ardua. No sólo porque algunos popós y veredas en mal estado me obligan a poner el cochecito en dos patas, haciendo una proeza al mejor estilo Hot Wheels. También porque hay autos estacionados sobre la vereda, que no dejan paso suficiente y tengo que bajar del cordón y seguir el recorrido por la calle. Llegamos a la esquina, ya dejando el colegio una cuadra atrás, y resulta casi imposible cruzar al otro lado. Los autos pasan en fila y a gran velocidad. Es kamikaze asomar la punta del cochecito para ver si alguno osará frenar. Mejor esperar largos minutos. Hasta que se arma embotellamiento, los autos paran obligados por otros autos, y uno puede meterse entre los huecos hasta llegar sano y salvo a la otra orilla. Es que el conductor es un ser inconmovible, no se apiada ni aunque te vea con una mano en el carrito, la nena en la otra, cargada con mochilas, ni hasta cuando vas con todo eso más el paraguas. Nunca, jamás. 

A veces, llegando a casa, las nenas se entretienen con la plaza, que está justo al lado de donde vivimos. Ellas pasan un buen rato, mientras yo me encomiendo a recoger objetos diversos para arrojar al tacho de basura. En la arena hay vidrios de todos los tamaños, imposible dejarles usar el balde y la palita. Y por el piso, bandejas plásticas, cubiertos descartables, papeles de esos que usan las rotiserías para envolver y otros tantos deshechos que se puedan dejar después de un almuerzo. Son de los chicos del mismo colegio al que va mi hija, pero no los de sala de cinco sino los grandulones de secundaria, que parece que se llevaron a marzo las reglas básicas de limpieza y convivencia.

Ésas son nuestras proezas diarias en los pocos momentos en que estamos por las calles del barrio. No me gusta que las nenas vean que para nosotros son "naturales" muchas de estas situaciones. Los chicos son una esponja y aprenden todo lo que ven. Me niego a que mis hijas crean que está bien dejar la plaza sucia. Que es normal que los autos tengan prioridad de paso sobre los peatones, imponiendo la ley del más fuerte. Que no importa si obstruimos el paso de veredas, rampas o sendas peatonales con nuestros vehículos, sin importar que las necesiten especialmente las mamás con bebés y los discapacitados. O que los perros pueden hacer caca donde quieran mientras sus dueños miran para otro lado. 

¿Cómo enseñarles, entonces, el respeto por el prójimo, si ven a diario que los adultos, en sociedad, nos comportamos irrespetuosamente? Y -¡por favor, argentinos!- no seamos soberbios y nos consolemos con un dudoso "esto pasa en todo el mundo". Así como sabemos que en la Argentina no hay menos pobres que en Alemania -como alguna vez nos quiso enseñar una presi-, también sabemos que todo esto no es "normal" en otras partes del planeta. Quien haya viajado alguna vez a algún país europeo (con excepción de Italia y España -de ahí venimos, diría mi abuela-), sabe que puede haber grandes diferencias. Que los autos frenan media cuadra antes con sólo ver que hay un peatón en la esquina, incluso antes de que éste ponga un pie en el pavimento. Que las plazas y calles son limpias, porque se penaliza duramente el ensuciar la vía púbica. Que la vida en sociedad puede ser diferente, algo menos parecido a una selva y al ¡sálvese quien pueda! No nos resignemos. Nuestros chicos son el futuro y al mismo tiempo nuestro fiel espejo. Entonces empecemos a enseñarles (bien) con el ejemplo.