sábado, 24 de diciembre de 2016

Llegó fin de año...


Y llegó fin de año. Después de actos de cierre y recitales escolares, diplomas de egresaditos, reuniones de padres, entregas de informes, fiestas de despedidas, los últimos cumpleaños, clases abiertas de inglés y de danza, fotos con Papá Noel, adaptación a la colonia... ¡llegamos al final! Se hizo largo o pasó volando, según como lo miremos; no importa: llegamos. Y los chicos están un año más grandes. Crecieron. Aprendieron. Nos sorprendieron una vez más con algo nuevo que ahora ya saben o pueden hacer. Cortar con cuchillo. Estar sin pañales. Aprender a escribir y a leer. Ellos cambian día a día y nosotros, a veces, ni nos damos cuenta. O nos damos cuenta ahora, a fin de año, cuando recapitulamos.

Entonces valió la pena todo el esfuerzo. Las corridas a las ocho de la mañana para llegar al colegio o para acostarnos temprano, siempre a contrareloj, para que cumplan sus diez horas de sueño. Haber hecho la comida los 365 días (bajo esa constante presión de "¡qué les hago hoy!"). Haber dejado todo lo que estabas haciendo -por más importante que fuera- cada vez que escuchabas un "¡mamá quiero hacer pis!". Haber contado cuentos todas las noches. O armado una rutina para el hogar e intentado seguirla a rajatabla, aunque no siempre con éxito. Haberte levantado en la mitad de la noche cuando tenían fiebre o un poco de insomnio. O trabajado de noche para dedicarles tiempo a ellos durante el día. Haberlos llevado al teatro, al museo, al parque, a la calesita, a la casa de amiguitos, a los cumples, cientos y cientos de veces. Y tantas cosas más.

No es la intención ponernos melancólicos -lejos estoy de querer hacerme la Beto Casella con toda esa nostalgia cincuenteañera sobre lo que les pasa a los padres cuando los hijos crecen (¡no me digan que no les llegó por Whatsapp!). Sino de festejar que estuvo bueno. Más allá de los pequeños fastidios cotidianos, la pasamos bien este año. Compartimos con ellos, estuvimos ahí cuando nos necesitaron, nos encanta ser parte de sus vidas y que ellos lo sean de la nuestra. Nos sentimos orgullosos cada vez que los vemos. Y sí, de eso se trata formar una familia.

Por eso en estas fiestas, brindo con ustedes. Brindo por más momentos llenos de maternidad. De eventos escolares, disfraces improvisados, cumpleaños, calesitas, salidas en bicicleta, paseos, leches chocolatadas y mucho más. Y en este brindis compartido no me quiero olvidar de agradecer a todos los siguieron el Blog este año. Mi última entrada tuvo más de 3200 lecturas, así que no puedo hacer más que darles un gran GRACIAS. Veo que no estoy sola en esto de pensar y repensar lo que significa ser mamá. ¡Salud!

jueves, 17 de noviembre de 2016

850 gramos


Fue un 13 de octubre que nació Irina. La esperábamos para el 5 de enero del año entrante, pero llegó casi tres meses antes. Sí, fueron exactamente 850 gramos y 32 centímetros. Para ponerlo en proporción lo describo en términos gastronómicos: mi hija era del tamaño de un peceto y medía lo mismo que una botella de vino. Eso si estaba estirada, porque normalmente se encogía como un ovillito y parecía del tamaño de una birome.
Así estrené mi maternidad. Entre tubos, sondas, enfermeras, una incubadora de por medio y un sinfín de palabras extrañas que rápidamente fui aprendiendo: cómo olvidar al C-PAP, ese aparatito que en la nariz de mi hija parecía muy gracioso pero le permitía sostener la respiración cuando ella se olvidaba…sí, ¡de respirar! Y tantos otros de ese estilo, como un tupper para la cabeza al que le llamaban, quién sabe por qué, “halito”. La “neo” era un mundo de sonidos. A cada rato algún prematurito hacía “lío” -así decían las enfermeras- y las alarmas de todos los aparatos sonaban. Enfermeras y doctores parecían hablarnos a los padres como si fueran maestros de algún jardín de infantes, pero las travesuras de estos niños eran nada menos que tentar a la muerte. Así que a veces uno no podía prestar suficiente atención al bebé porque, en cambio, estaba demasiado preocupado mirando el monitor que marcaba el ritmo de su oxigenación -y a esos números traicioneros era imposible sacarles la vista de encima.
Ser padre de un prematuro te hace aprender algunas cosas de la paternidad prematuramente. Por ejemplo, que no hay nada peor que temer por la muerte de un hijo. O lo valioso que es compartir algunos (pocos) minutos de contacto físico, cuando la sacaban de la incubadora para meterla dentro de mi camisa, sobre mi pecho, y me convertía en mamá-canguro. No importaba entonces qué pasaba afuera. Porque entrar a “la neo” era entrar a un espacio sin tiempo. O donde el tiempo parecía correr muy lento, medido en los gramos que poco a poco engordaba la beba. Y cada día era subirse a una montaña rusa: un segundo de euforia porque aumentó unos gramitos; otro de decepción porque bajó de peso o hizo una apnea (¡otra vez se olvidó de respirar!).
Después de exactamente 70 días nos fuimos a casa. Irina, de dos kilos, sin la incubadora, ni la sonda alimenticia, ni el C-PAP en su nariz, era como un bebé recién nacido. Pero no cualquier recién nacido; era un bebé producto de la ciencia, de la investigación, de la tecnología. Un bebé siglo XXI. Cómo no pensar que, de haber nacido tan sólo unas décadas antes, no hubiera sobrevivido.

Pronto volvimos a la normalidad e Irina creció hermosa y sana. Poco tiempo después salía a la luz la noticia del nacimiento de Luz Milagros, la beba chaqueña que fue dada por muerta y encontrada con vida en la morgue por sus padres. Luz Milagros, como Irina, pesó 850 gramos. Pero (¡qué injusticia!) no tuvo las mismas oportunidades. Por eso es importante contar esta historia cada Semana del Prematuro, que corra de boca en boca y que sea conocida por todos aquellos que, felizmente, jamás tuvieron que conocer una sala de neonatología. Sólo así será posible lograr la igualdad de oportunidades para nuestros bebés. Y que los 850 gramos tengan su peso.

miércoles, 26 de octubre de 2016

El secreto del platito y la tacita


Haciendo zapping, me topé con un documental norteamericano. BAG IT! se llamaba. Y hablaba, obviamente, de las bolsas de plástico y, por ende, de la ecología. Hay muchas cosas que ya sabemos: por ejemplo, el daño ambiental que hacen algunos plásticos que usamos tan sólo unos minutos -como el tiempo que tardamos en ir del súper a casa- pero que permanecerán en la tierra por millones de años. Claramente, no tiene lógica alguna que hayamos creado cosas tan duraderas para necesidades tan efímeras.

Pero si de todo esto todos ya hemos escuchado un poco, en un momento, el documental dio un viraje hacia otra problemática de la cual ahora no puedo desembarazarme: ¿Y qué pasa con todos esos plásticos que consumimos, en vasos, platos, tuppers, recipientes y envoltorios de toda clase que son los contenedores de nuestros alimentos cotidianos? ¿Qué pasa cuando esos plásticos tocan nuestra comida? ¿Nos contaminamos? Con toda esta intro, imaginarán la respuesta: ¡sí! O para ser precisos: en muchos casos, estamos consumiendo toxinas que se desprenden de esos recipientes.

Y de pronto, ante mí -que ya estoy bastante obsesionada con la alimentación saludable, libre de todo tipo de químicos (ya escribí otra entrada de blog al respecto)- de golpe ¡BUM!: otra bomba, que no había calculado. Ahora no sólo hay que cuidarse de los alimentos, sino ¡¡¡de los recipientes en los que vienen los alimentos!!! E incluso más: porque -he aquí el problema- también hemos de cuidarnos de la vajilla plástica que tenemos en casa y principalmente usan -obvio- ¡LAS NENAS!

Así que, sin importar que ya eran las doce de la noche y que tenía que irme a la cama, empecé a revolver toda la cocina, sacando tuppers, revisando vasitos con motivos infantiles, mirando a trasluz y con esfuerzo cada marca ubicada debajo de cada recipiente. Con Google en mano, pude llegar a varias conclusiones, que aquí les resumo: debajo de cada objeto plástico generalmente hay un número o una sigla (o las dos cosas) que se encuentran dentro de un pequeño triángulo. Hagan la prueba, miren en la parte inferior de una botella de agua, por ejemplo. Van a ver un número 1 y la sigla PET. Hay siete tipos de plásticos y, ahora amigos, pueden tomar dos caminos: ignorarlos y seguir como antes -ojos que no ven, corazón que no siente-, o revisar conmigo y separar algunas cosas, especialmente si las usan los chicos.

Según varios estudios y organizaciones internacionales (me fijé de chequear varias fuentes, tampoco se trata de ser alarmistas), no todos los plásticos son iguales. Algunos son seguros de usar (no tóxicos), otros tienen un riesgo medio y otros son altamente tóxicos porque desprenden sustancias que, si las googlean, van a ver la cantidad de cosas que producen en el ser humano (entre ellas, el famoso Trastorno Generalizado del Desarrollo -o TGD. ¿Pura coincidencia que hoy en día haya una gran cantidad de niños con esta problemática que, en la época de nuestros padres y abuelos, no se escuchaba?). En resumen, la cosa es así:

1- PET, como las botellas de agua, es de RIESGO MEDIO/BAJO (si se usan una sola vez)
2- HDPE, que se encuentra en las botellas blancas de leche o potes de yoghurt, ES SEGURO de usar.
3- PVC, en films transparentes o condimentos en botella, es de RIESGO ALTO.
4-LDPE, que está en las típicas bolsas transparentes en donde ponemos la verdura en el súper, NO TIENE RIESGOS.
5- PP, material con la que está hecha buena parte de la vajilla plástica y tuppers que usamos en casa, también ES SEGURA.
6- PS, que es de lo que están hechas las bandejas de la carne o esa vajilla espumosa que se usa en los cumpleaños, se debe EVITAR (sobre todo si ponemos café caliente en una de esas tacitas).
7- Aquí entra una amplia lista de otros materiales. Pero si aparecen las siglas PC, ¡ojo!, es RIESGOSO, porque el policarbonato (ese plástico duro y muy transparente al que normalmente confundimos con acrílico) desprende BPA.

O sea: 1, 2, 4 y 5, permitidos. 3, 6 y 7 prohibidos (por los que defendemos nuestra salud, no por el Estado que de todas maneras permite su uso).

Les cuento mi resultado: tiré seis tazas de niños, de esas que tienen estampas de Disney; separé todo mi juego de vasos de policarbonato (son hermosos, esos estilo retro de colores, pero ¡fuera sea ha dicho!) y me deshice de un juego de platos de plástico que, al no tener indicación, me parecieron de dudosa procedencia. Y me quedé tranquila de que la mayoría de los tuppers y recipientes para microondas son categoría 5 (de todas formas, los especialistas recomiendan no meterlos ni en el micro ni en el lavaplatos, a pesar de estar "habilitados"). Como ya sabía, las mamaderas que usamos en casa no tienen riesgos (tienen que buscar las que dicen BPA FREE y SIN FTALATOS; hoy en día la mayoría de las marcas importantes lo indican en el packaging, pues durante mucho tiempo quienes más se contaminaron fueron...¡los bebés!).

En fin, limpieza hecha, conciencia tranquila. Y ahora a entrenar a las niñas para que coman en platos de loza y tomen en vasos de vidrio. O a recorrer bazares en busca de nueva vajilla, plástica, pero sin riesgos. Así soy, impulsiva y fundamentalista, cuando de la salud se trata. Espero que muchos de ustedes también se sumen a la campaña contra la vajilla tóxica. Que no nos ganen los hábitos de este mundo corporativo, consumista y descartable.




domingo, 16 de octubre de 2016

Porque soy tu madre ¡y punto!



Entre tanto spam meloso que circula por las redes sociales con motivo del Día de la Madre, me llamó la atención un videíto casero que un adolescente armó, ensartándose la peluca rubia para imitar a su (o cualquier) mamá y enunciar un sinfín de frases que todos -como hijos- hemos escuchado una y otra vez. Ahora, estando del otro lado -del de las madres, claro-, la cosa se ve distinta porque -por supuesto, me hago cargo- algunas de ellas yo también las he pronunciado. Que tire la primera piedra quien, siendo mamá, nunca utilizó algunas de estas célebres sentencias:

- "Cuando yo era chica..." o "Si en mi época yo hacía algo así..."

-  "Buscá bien, mirá que si voy y lo encuentro..."

- "Esto no es un restaurant!" (o su versión para adolescentes, "¡Esto no es un hotel!")

- "Hay chicos que no tienen para comer y vos..." (estrategia para manipular al niño cuando se niega a comer).

- "¡Abrigate, que está fresco!" (un clásico antes de salir, aunque haga 25 grados)

- "A la una, a las dos, a las..."

- "Yo que te cambié los pañales..."

-  "Ya voy NO. Ahoraaaaa...."

- "¿Cuántas veces tengo que repetir...?"

- "Porque lo digo yo que soy tu madre ¡y punto!"

Y sí, en la vida cotidiana, nadie es Bob Dylan ni candidato al Nobel. Todas pecamos de clichés. Y también, un poco, de autoritarismo. A veces nos asustamos al escuchar que repetimos a nuestras propias madres. Pero, ¿no es acaso ésta una forma de instalarnos con seguridad en la maternidad? ¿Y a la vez un modo de homenajear a nuestras mamás, reciclando sus fórmulas infalibles? ¿No es acaso un acto de amor, una suave brisa de palabras -o a veces una poderosa ráfaga- que unen imaginariamente pasado, presente y futuro y perpetúan a la familia, generación tras generación? No lo sé, tal vez no sea así; tal vez sólo copiamos lo viejo conocido porque simplemente es más fácil. ¿Se han convertido los lugares comunes en el principal gesto maternal? Para decirlo como lo haría Dylan, sin clichés, the answer my friend, is blowing in the wind, the answer is blowing in the wind...

¡Feliz día de la madre!

lunes, 10 de octubre de 2016

A soplar las velitas, mamá


Cuando los chicos cumplen años, nosotros cumplimos años como papás. Esta semana me toca a mí: ya van seis años desde que me convertí en mamá. ¡¿Cómo pasó tan rápido?! Y a la vez, ¡qué lejana que parece aquella otra vida que tenía antes de la maternidad!

Desde que mi primer hija llegó, cambió mi mundo: mi casa se convirtió en hogar y comencé a pasar casi todo mi tiempo en ella. Cambiaron mis horarios y rutinas, ahora regidas por la hora de entrada y salida del jardín. Se transformaron mis hábitos. Estrenamos la mesa del comedor diario, que nunca habíamos usado, porque con mi marido cenábamos en el living, sobre el sillón, mirando televisión. Cambiaron mis compras del súper y mi forma de cocinar: leí -y aún leo- todas las letras chicas de los paquetes, para ver cada uno de los ingredientes que contienen los alimentos. Nunca más pude ir al baño con la puerta cerrada y desde entonces siempre tuve público durante la ducha. Tampoco me importó sacar la teta en público para amamantar: el bebé y sus necesidades mandan. Nunca más me puse tacos; hacer equilibrio con un niño a upa es una disciplina casi circense que no me interesó practicar. Durante años abandoné las cremas y perfumes, para que la beba sintiera mi olor y, en pleno contacto con mi piel, no hubiera riesgos de reacciones alérgicas. Dejé de ir al shopping y a cualquier lugar cerrado por un año, para alejarme de los virus y otras enfermedades.  Mis charlas con amigas se transformaron: los "chongos" dejaron paso a los hijos y ahora preferimos compartir las intimidades del parto o reírnos de las tetas que chorrean inoportunamente durante la lactancia. Yo que siempre dormí como una roca, me sorprendí a mí misma cuando me despertaba con un suave "ah" de mi bebé y corría a mirar si estaba bien. Si alguna vez había planeado llenar las paredes de mi hogar de arte moderno, ahora mis niñas se ocupan de eso y pegan sus dibujos por toda la casa. Dejé que los juguetes invadieran todos los espacios como una plaga imposible de dominar. Nunca más comí la parte más tierna de un churrasco, ésa siempre será "guardada" para ellas. Tampoco salí nunca más en una foto: en vacaciones, ellas son las protagonistas y yo la camarógrafa que las persigue en sus andanzas. Y -entre otros tantos "nunca más"- está el cine, al que hace años que no pisamos con mi marido: para nosotros un estreno es cualquier film de los noventa que aparezca como novedad en Netflix. Y si ellas están despiertas, veremos en familia -por enésima vez- Toy story.  En el auto, el único CD que está permitido escuchar es el de Topa y Muni (ellas decretaron que no se puede cambiar, a pesar de que está ahí desde 2013). Ya no me compro ropa: si tengo un mango lo gasto siempre en ellas. Y -a pesar de que no soy católica- ¡compré un árbol de Navidad de dos metros de alto que ocupa todo mi living! 

De todo esto me acuerdo en mi sexto aniversario como mamá. Todas estas pequeñas cosas que elegimos hacer para que nuestros chicos sean simplemente felices. Y no cambiaría nada. Ni siquiera el exagerado árbol de Navidad. Después de todo, todas esas pequeñas cosas fueron lo más importante que me sucedió en los últimos seis años. Como solía decir mi suegro, los hijos te llenan la vida. Gran verdad. ¡Feliz cumpleaños mi chiquita!

lunes, 19 de septiembre de 2016

Egresaditos...¡que fantástica fantástica esta fiesta!


¿Quién, entre los que tenemos más de treinta años, se acuerda de haber tenido una fiesta de egresados en el prescolar? ¿Quién recuerda a su maestra de salita de cinco? ¿Y a los compañeros (ojo, no vale si fueron los mismos de la primaria)? ¿Quién se acuerda algo del jardín de infantes, más que de ese enorme patio, los juegos, el arenero, y -como mucho- ese aroma a mate cocido que inundaba la tarde?

Repitan conmigo: nadie. Sin embargo, treinta años más tarde, los chicos de salita verde -gracias a sus mamás a las que les encanta complicar las cosas cada vez más y se entrometen por donde pueden en la vida escolar- tendrán su primer fiestón a los cinco años. No bastó con hacer la remera de egresados, para que la luzcan aquellos que no pueden ni pronunciar esa palabra (para mi hija, son los "regresados"). No señor. Hoy en día, no puede faltar la esperadísima Fiesta de Egresaditos, la cual pocos de nuestros chicos realmente recordarán, pero es sin duda necesaria para que las madres -valium de por medio- transiten esta dura etapa que significa dejar que ese pollito del jardincito crezca para convertirse en alumno de primaria. Evento entre histriónico y melancólico, que combina la histeria del pelotero con el lagrimón piantado cuando aparece el video casero que exhibe fotos de los chicos desde que usaban pañales, así se despide hoy el jardín de infantes.

Claro que tremenda fiestita nunca es gratis. Más bien, implica un número para cada familia. Pero no importa: parecería que todos coinciden en que hay que gastar lo más posible para los Egresaditos. Si alguna mamá ofrece una casa para que la cosa salga más económica, todas las demás -luego de obvios agradecimientos- encontrarán las escusas perfectas para rechazarla y elegir, en cambio, la opción más "completa" (léase, carísima). Así es la tiranía de la democracia dentro del grupo escolar. Se vota y no importa si podés o no pagar. 

Ahora a planear la gran fiesta gran. Seguramente vas a almorzar pizza o panchos, pero por ese menú cualquiera de los saloncitos infantiles te cobrará alrededor de 400 pesos por cabeza. En algunos colegios se invita no sólo a los padres sino también al abuelo, la abuela, el tío, el gato y el perro. Multipliquemos por veinte familias: estamos organizando una fiesta para 100 personas. Papi, poniendo una luquita por lo menos, para que el nene tenga su fiestita de prescolar. Y esto recién empieza. Falta la animación, los souvenirs, los gorritos de egresados y la mar en coche. 

Pero, me dirán, ¿no lo disfrutarán los chicos? Claro que lo disfrutarán, como disfrutan de cualquier cumpleaños, con pelotero, animación, papas fritas, pancho y coca. ¿Y no lo disfrutaremos los adultos? Claro que lo disfrutaremos. Charlaremos de lo grandes que están nuestros nenes, haremos terapia de grupo consolando a las más deprimidas, nos confiaremos todos los chimentos que hemos escuchado sobre el primer grado. Y, por último, lloraremos un poquito hacia el final, emocionados por esta "etapa que termina". Pero me sigo preguntando si, para poder pasar a la próxima etapa, había que armar tanto show y espamento. Salón, animador, catering. ¿Qué pasó con el asadito en una casa, el encuentro en el club o el pic-nic en el parque? ¿A qué madre se lo ocurrió que todo eso ya no era viable para una despedida de chicos de cinco años? Seguramente, a ninguna. Pero poné a veinte madres juntas, y ahí se arma la cosa. Todo es plausible de ser imaginado y pergeñado en un (aparentemente inocente) grupito de Whatsapp.





sábado, 10 de septiembre de 2016

Mitos y verdades sobre cómo dejar el pañal



Hace 24 horas que mi beba dejó el pañal. Confieso que no me lo propuse, venía dilatando el tema hace rato. Sin embargo, ayer, cuando llegué al jardín para retirarla, las maestras me dieron la buena nueva: ¡Mami, sorpresaaaaa! ¡Está sin pañal! Sí, así. De sopetón. Se lo sacaron, nomás, sin preguntar. Ante esa situación, obviamente, me vi obligada a comenzar -antes de lo que yo me lo hubiera propuesto (¡todavía no es verano!)- la OPERACIÓN BOMBACHA. 

Tengo que confesar que lo primero que uno hace, inexperta, ante estos momentos es googlear "cómo sacarle el pañal a mi bebé". Y ahí aparecen un montón de consejos en diez pasos, que dan la sensación de que el tema es ultrasencillo, fácil de resolver con un manualcito for dummies. Para las que aún no lo han intentado, tengo que decirles que NADA de todo eso funciona. Porque no depende de "mamá" -como plantean estos instructivos- sino especialmente de cada chico. Algunos proponen leer "las señales" que da el niño cuando está listo. Pero el problema es que esto no significa solamente que el nene pueda decir "caca". Estas "señales" pueden no ser muy claras, sobre todo porque cada chico tiene su manera de atravesar el asunto. En mi caso, puedo decir que la experiencia que tuve con mis dos nenas fue muy distinta. Que no pude seguir, con la segunda, el mismo método que resultó con la primera. Que, como ellas son distintas, necesitaron cosas diferentes para llegar a ese momento glorioso de ponerse la primer bombacha.

Recuerdo que, la primera vez, me había propuesto lograrlo un verano. Por supuesto, la nena no estaba lista. Se sentó un par de veces en la pelela y después no quiso saber más nada. Nueve meses más tarde, me pedía solita usar bombacha. Coqueta, quería estrenar una nueva de Minnie, y desde ese día en que se lo propuso, fue como un milagro: jamás se hizo encima. Es como si la ficha le hubiera caído, estaba completamente preparada y ella me lo hizo saber. 

Para ese entonces, si me preguntaban, yo era una acérrima detractora de los pañales pull-up (esos que son como bombachitas, pero en pañal). Es que, si uno lo piensa, le dan al niño un mensaje confuso: ¿son como la ropa interior, pero me puedo hacer encima? ¿Cómo funciona eso? Andaba por la vida hablando mal de ellos, hasta que nació mi segunda hija, y en un momento decidió -literalmente- arrancarse el pañal. Tenía poco más de un año y no estaba lista para las lecciones en el baño. Más bien, usaba la pelela como un divertimento: se sentaba en ella para jugar, para luego hacerse encima. Así que -mordiéndome la lengua por todo lo que había dicho- fui directo a comprar  los pull-ups, que le daban libertad para vestirse y desvestirse sola, y resultaron ser una buena solución para el verano, cuando ella quería practicar pero no estaba madura aún como para lograrlo. Inútil fue intentar e intentar, creyendo que ya era el momento sólo porque se encaprichó con no usar el pañal. No sirvió de nada llevar la pelela en la valija -nota al margen: ¡¿por qué las pelelas de ahora son gigantes, imposibles de transportar?!-, haciéndola volar cientos de kilómetros, para que ella "aprendiera" en las vacaciones. No lo hagan, no aprenderá sólo "porque es verano". Va a aprender cuando quiera, haga frío o calor, nos guste o no nos guste. 

De todas las reglas, creo que hay una sola. No importa cuántas ganas tenga mamá. Sólo ellos saben cuándo lo van a logar. Y en ese momento, cuando están decididos, nos lo van a hacer saber. Y ahí hay que acompañar. Poner una bombacha o un calzoncillo antes de tiempo sólo puede embarrar más el terreno. De qué sirve volverse loca intentando llevarlo al baño, cuando él todavía ve al inodoro como Mr. Toilet Man (¿Se acuerdan del inodoro con ojos y dientes que asustaba al niño de Mira quién habla al grito de "GIVE ME THAT PEE PEE"). 

Y por eso temblaba, ayer, cuando las maestras -¡divinas!- decidieron que mi gorda no necesitaba el pañal y la dejaron en pantaloncito. ¿Estará 100% lista? Lo menos que quería era empezar con esa inútil serie de avances y retrocesos. Por suerte, aunque tuvimos algún accidente, lo está logrando. Hoy hizo su primer caca en el inodoro -¡aplausos y festejos!-, pero antes hubo que convencerla un buen rato para que abandonara el rincón donde siempre se apuntalaba para hacer a escondidas. Temblé por un segundo, pero por suerte accedió y lo logró en el baño. Lo que queda, en los próximos días, es bastante trabajo, preguntar y repreguntar a cada minuto si tiene ganas, visitar todos los baños de cada lugar a donde vamos... En fin, parte de la rutina de decirle chau a nuestro viejo amigo el pañal. Pero, cuando ellos están verdaderamente comprometidos, hacerlo es un festejo y no un tormento. O al menos así debería ser, no sólo para el chico sino para nosotras, las mamás, que naturalmente pecamos de ansiedad. 




miércoles, 24 de agosto de 2016

Se viene el Día del Maestro. Algunas reflexiones sobre el regalo colectivo (y carísimo)


Todo empezó con una manzana lustrada. Ésa que quizás, nuestros abuelos, llevaron un día al colegio para entregarla, orgullosos, a su maestra. La manzana resume metafóricamente lo que el regalo del Día del Maestro significa. O debería significar. Porque, varias generaciones más tarde, no estoy segura de que los chicos de hoy recreen, con los sofisticados regalos grupales, esas sensaciones de orgullo y cariño que producía la simple pero dulce manzana.

Y no es una cuestión de dinero. No es porque la manzana cueste dos pesos y el regalo colectivo probablemente, mil. Ni siquiera estoy hablando de la imposición -casi divina- de aportar a la colecta con un número fijo (preestablecido andá a saber por quién), sin ser previamente consultado respecto de si está dentro de las posibilidades económicas personales (imposición que si no cumples, recaerá sobre tu hijo como una maldición, porque de ahí en más perderá la "membresía" de pertenencia al grupo). Ése es otro tema. Me refiero, más bien, a que -con las prácticas que las mamás modernas instalaron como una tradición inviolable en los colegios- los chicos se pierden de muchas cosas que nosotros vivimos cuando íbamos a la escuela. Paso a dar ejemplos.

Cuando el regalo era individual, había que ir a elegirlo con mamá. Uno podía idear con cuidado qué le compraría a su maestra, pensar opciones, imaginar lo que a ella más le habría gustado. Qué le importa a mi hija, de cinco años, la cartera de Prune y la remera de Wanama que eligieron, obviamente, los adultos. Para ella, seguramente, tiene mucho más valor una cajita de bon-o-bon, envuelta por ella misma y acompañada por una tarjeta casera, preparada con cariño un domingo a la tarde. Y, después, está el momento de la entrega. Es muy emotivo verla a ella preocuparse por llevar el regalito intacto, cuidándolo desde que sale de casa hasta que llega a la escuela, afanosa de su hazaña y lista para ser recibida por su maestra con una enorme sonrisa de agradecimiento. Un momento lleno de orgullo, similar al que seguramente tuvo alguna vez mi abuela cuando llevó su manzana lustrada. Un obsequio que dice a gritos "maestra, te quiero, y por eso preparé -¡yo misma!- este regalo tan especial para vos".

Yo entiendo que, hoy, las maestras prefieran recibir mil pesos en una tarjeta Falabella, lista para salir de shopping sin condicionamientos. No voy a ponerme en contra de las nuevas costumbres, ni menos aún -Dios no lo permita- ¡en contra de los grupos de madres! Entiendo que juntar plata es más práctico. Que resuelve el problema para las mamás superocupadas. Que el regalo (caro) suele ser bien valorado por las docentes, injustamente castigadas con malos sueldos. Pero, en algún lugar, sigo añorando esa vieja costumbre de la manzana lustrada. Del obsequio pequeño pero personalizado. De la preparación previa y casera, con tarjetas hechas de brillantina y papel glasé. De la emoción de entregarlo personalmente. Del orgullo de haberlo elegido con esmero. Me pregunto, ¿cuánto del cariño de los chicos se expresa en una cartera Prune de 850 pesos? ¿Cómo viven los chicos de hoy ese momento, otrora mágico, cuando a veces -a los 3 o 4 años- ni siquiera entienden que ese presente (al que ven por primera vez cuando la maestra lo está abriendo) es de parte de ellos?

Y, por último, me pregunto también si el regalo del Día del Maestro ha dejado de ser una sencilla expresión de amor por parte del niño hacia su seño, como lo fue tradicionalmente, para transformarse en una soberbia muestra de agradecimiento de nosotros, los padres, hacia las docentes -a las que obviamente valoramos por todo el enorme esfuerzo que hacen diariamente por nuestros hijos. Un regalo hecho por adultos para otros adultos. Un reconocimiento válido, por supuesto, pero en el que los chicos ya nada tienen que ver.


miércoles, 17 de agosto de 2016

La historia según la escuela, redonda y color de rosa


La escuela nos ha contado la historia a su manera. Y lo sigue haciendo. Hoy se conmemora la muerte del General San Martín y, en la escuela, no dejan de hablar del amor del prócer por Remedios (sí, chicos, se llamaba Remedios, ¡no Antibiótico como sugirió hoy un nene a la maestra!). 

Es curioso que la versión para jardín de infantes de la vida de San Martín se centre tanto en esa relación conyugal y no en la enormidad de hazañas de guerra que tuvo que llevar adelante el pobre José para liberar a la Argentina y dos pueblos más. Pido disculpas pero, primero, quiero despacharme respecto de lo que pienso de los actos patrios en los jardines de infantes -especialmente cuando los nenes están en salita de dos, como mi hija. Y sí, lo digo: me parece una inútil pérdida de tiempo para todos; para los grandes -obligados a buscar escusas en el trabajo cada dos por tres-, y para los chicos, que aún no tienen la capacidad de comprender las efemérides, ni pensar en un tiempo pasado, si a los dos o tres años ni siquiera distinguen entre el ayer y la semana pasada. ¿Qué sentido tiene entonces que le cuenten lo que significó hace doscientos años que un señor cruzara los Andes con razones político-ideológicas para luchar contra un gobierno monárquico que nos gobernaba desde otro continente? Es muy pronto, ya habrá tiempo para eso. Gracias que, por el momento, la mía entiende que cuando se canta hay que pararse, cuando se termina de cantar hay que sentarse y cuando todos aplauden, hay que aplaudir bien fuerte. Eso ya es mucho para los dos años, ya que la mayoría no hace ni eso y otros son perseguidos por las maestras mientras se dispersan por ahí o lloran cuando ven a sus mamás a lo lejos. Por otra parte, si ya festejamos el 25 de mayo, el 20 de junio y el 9 de julio -fechas más alusivas a la patria y a todos sus símbolos- celebrar en el jardín la muerte del General (¡Sí, la muerteeee!, ¡¡¡¿cómo le explico qué es la muerte y por qué si es triste estamos festejando?!!!) ya me parece que roza lo ridículo. Pero el estado lo demanda y las seños le ponen buena voluntad y arman todo el zafarrancho. 

Volviendo al tema de Remedios, José y Merceditas, hoy en el acto parecía que la historia del General se sostenía principalmente por esa perfecta familia tipo que había formado junto a una mujer a la que -obviamente- amaba. Lo de los Andes lo contaron rapidito, pero un buen rato le dedicaron al casamiento, el amor, el nacimiento de la hijita. Mientras la maestra no cesaba de reforzar con bellas palabras lo que José sentía por Remedios, yo sólo pensaba: ¿por qué hay que mentirles así a los chicos? San Martín fue importante para la historia nacional, y punto. Fue importante porque fue un estratega político y de guerra, y punto. Fue importante por lo que hizo en el plano público, y punto. Su vida privada no debería interesar. Y si quieren contarla, ¿por qué tergiversarla? ¿Por qué decir que fue un buen padre, si fue un pésimo papá que se alejó de su única hija durante años? ¿Por qué no decir que se casó con Remedios, una nena de 14 años (él ya tenía 34), sólo por conveniencia, porque ella pertenecía a una familia de gran prestigio social y solvencia económica, justo lo que él necesitaba para "entrar" en la sociedad porteña -a su regreso de Europa- y llevar adelante su propia agenda política? ¿Por qué no decir que en la primera de cambio la abandonó en Buenos Aires para irse a vivir a Mendoza, donde residió durante muchísimos años junto a otra mujer? La verdad es que San Martín fue un pésimo hombre en la intimidad. Fue un grande de la patria, pero no buen marido para Remedios, ni un buen padre para Mercedes. Ni siquiera fue a visitar a su esposa en su lecho de muerte. No lo juzgo. Todo lo contrario. De hecho lo considero uno de los mejores próceres, por la labor que realizó en pos de la construcción de lo que hoy es nuestro estado nacional. Pero pensar que por ello hay que inventarle una biografía color de rosa, ATP, con la familia tipo y el comieron perdices incluido, no señores, tampoco la pavada. 

No hay necesidad de decirles a los chicos todas esas cosas. San Martín no será menos prócer, ni menos Libertador de América, por haber sido un mal marido y haber tenido varias amantes. Dejen que los chicos crezcan para comprender su hazaña, estudiar su (verdadera) vida, y después juzgarlo. ¿Por qué la escuela se ensaña en seguir narrando la historia política nacional como un cuento de hadas? ¿Por qué a cada paso les tenemos que mostrar modelos de felicidad conyugal y familias convencionales, cuando vivimos en una sociedad en donde la familia tipo ya no es el único modelo de familia? Y, principalmente, ¿por qué les tenemos que mentir a los chicos para que "entiendan" la historia? ¿No hay otra forma de armar un relato acorde a la edad de la audiencia sin tergiversar los hechos históricos? ¿Es que el padre de la patria tiene que ser retratado, sí o sí, como el mejor padre del mundo? Se los dejo para pensar.







viernes, 12 de agosto de 2016

Juegos Olímpicos. Los diez deportes en los que las mamás somos campeonas


¡Qué lindo es ver los Juegos Olímpicos en casa con los chicos! Por fin podemos mostrarles el verdadero espíritu deportivo, un espectáculo un poco más alentador del que diariamente nosotras podemos ofrecerles como ejemplo. Ésta es la rutina de ejercicios semanal de cualquier mamá, campeona olímpica del hogar:

1. Levantamiento de pesas: con dos bolsas de Carrefour en cada mano, más repletas ahora que nunca, ya que en provincia también te cobran por cada bolsa y amontonás todo lo que podés en unas pocas.

2. Baloncesto: se practica mientras cambiás el bebé. Para no dejarlo solo, por riesgo a que se caiga del cambiador, con una mano arrojás el pañal al cesto que está a metro y medio de distancia y (de vez en cuando) la embocás. Si no entró, quedará en el suelo durante un rato, hasta que tengas tiempo de ir a recogerlo (es posible que sea a la noche, o al día siguiente). No se recomienda practicar este deporte cuando el balón tiene caca.

3. Lucha: lo practicamos todas las mañanas, a las 7 AM, cuando los tenemos que levantar para ir al colegio.

4. Tenis: siempre en verano, en el cuarto de los chicos, con la raqueta de matar mosquitos.

5. Clavados: son todas las actividades a las que tu hijo tiene que llegar EN PUNTO. Y también todas aquellas en las que tenés que retirarlo en un horario altamente estipulado. Cinco minutos tarde y los adultos a cargo te mirarán como a una madre irresponsable y desorganizada.

6. Hockey. Con la escoba, barriendo juguetes que quedaron tirados por toda la casa. No hay arco, con arrinconarlos en un sector alcanza para ganar el juego.

8. Triatlón: de vez en cuando viene este ejercicio combinado, más que esforzado. Sucede cuando papá está de viaje por trabajo y mamá hace todo lo que, diariamente, se hace de a dos. O sea, mamá levanta a los chicos a la mañana, los viste mientras les prepara el desayuno, lleva al primer hijo al colegio, al segundo al jardín, todo en el mismo horario y en tiempo récord. 

9. Pentatlón. Es igual que el anterior pero, a todo aquéllo, se le suman actividades extras, de distinto tipo y siempre en horarios superpuestos. El otro día, por ejemplo, me tocó llevar a una  de mis hijas al médico y a otra a un cumpleaños, todo en simultáneo, mientras me acordaba que todavía me faltaba pasar por la farmacia y el supermercado.

9. Artes marciales: a veces, después de un día chino, queremos hacer volar todo con una patada de taekwondo, pero nos contenemos como si poseyéramos la concentración, la paciencia y la sabiduría oriental. En esos días, mejor no explotar.

10. Remo: y sí, la remamos día a día, ¿o no? 

¡¿Quién dijo que no sudamos la camiseta como un campeón olímpico?! Entrenamos todos los días, aunque estemos exhaustas, enfermas o no hayamos dormido, mientras (a veces) ¡papá sólo nos alienta desde la tribuna!

Todas las mamás nos merecemos una gran medalla dorada. Por suerte los tenemos a los chicos, que -más valiosos que el oro- son el mejor premio que podríamos recibir por tanto esfuerzo.

jueves, 4 de agosto de 2016

S.O.S. Día del Niño: qué regalar (y un poco de terapia de grupo antes de comprometer nuestra tarjeta de crédito)


Acaban de terminar las vacaciones de invierno, en donde invertiste gran parte de tu salario durante quince días de intensa actividad. Y ahora llega otra obligación monetaria: el Día del Niño. Antes de tener hijos, poco apunte le llevaba yo a las fechas establecidas por el mercado. Sin embargo, después de tenerlos, todas las celebraciones de ese tipo -Día del Padre, de la Madre, del Niño, Navidad, Reyes y otras que recientemente han inventado, como el Día del Nieto o del Abuelo (faltan las del tío y el primo, que seguramente las estarán patentando)- se vuelven ineludibles responsabilidades de desembolso de dinero.

Este año es el tercer domingo de agosto y ahí estamos todos pensando, de antemano, qué vamos a regalar. Tienen la pieza llena de juguetes, ya no sabés dónde guardarlos. Pero vas a salir igual a comprar uno o varios más. Es curioso, además, que durante el año se te ocurren un montón de cosas que te gustaría que tuvieran, pero cuando llega la fecha no encontrás nada que pueda ser útil o novedoso. Si no sos de los que evalúan todos los panoramas antes de decidir, aquí repaso los posibles escenarios.

Una opción es hacerles un regalo súper importante -léase, súper caro-, con el riesgo de que luego jueguen con él dos semanas y después quede arrumbado por ahí, mientras vos tenés que seguir pagándolo en cuotas durante dieciocho meses más. En el polo opuesto, está el regalo económico, para salir del paso. Entonces evitás las jugueterías, que ya sabés que te van a sacar un ojo de la cara, y te metés en el bazar chino. Y ahí elegís alguna de esas porquerías luminosas, que llaman bien la atención, hacen ruido, son de un plástico asqueroso y sabés que se van a romper pronto. Pero salió barato, los chicos se divirtieron un rato, misión cumplida. Aunque pensándolo bien, descarto esta última solución que en realidad podría resultar, según mi experiencia reciente, arriesgada y hasta un tanto peligrosa. La útlima vez que elegí uno de estos juguetes chinos -era una muñeca Frozen que en lugar de piernas tenía una bola lumínica de su cintura para abajo y destellaba luces de colores mientras repetía "Let it go, let it go"-, mi hija de un año y medio tuvo un pseudo brote psicótico obsesivo, como si el juguete la atrapara y no pudiera dejar de escuchar esa música que era tan sólo una suerte de loop que se repetía una y otra vez, mientras se hipnotizaba con las luces psicodélicas. Lo apagábamos y ella se tiraba al piso, pataleaba, gritaba, como nunca jamás la habíamos visto hacerlo. Resultado: el chiche duró tan solo unas horas en casa, lo devolví al día siguiente.

Si querés evitar juguetes de los que nadie te alerta lo nocivos que pueden ser para la psiquis de tus hijos -y sí, después de eso me volví paranoica, desconfío hasta del patito de goma que vende el chino de Maipú-, entonces sin duda hay que optar por la juguetería didáctica. Ahí te enganchás y te querés llevar todo. Hasta que te dicen los precios, dejás todo en su lugar y te vas con las manos vacías. O te llevás algo chiquito, que igual te salió 400 pesos. Y finalmente terminás en la juguetería común y corriente, esa que tiene todas las marcas comerciales del mercado, y decidís comprar lo que los chicos te dijeron que querían. Pero lo comprás sabiendo que es un error hacerlo, porque ellos siempre quieren lo que ven por la televisión, en las publicidades que pasan entre dibujo y dibujo animado. Rara vez se trata de juguetes de materiales nobles, didácticos, que alimentan su intelecto, su imaginación o su curiosidad; más bien casi todos son de plástico y a pila, y no dejan lugar para imaginar nada: hacen de todo. Y además salen carísimos, si compramos los originales. Y, ojo al piojo, después de los cuatro años, ellos se dan cuenta si elegiste el "trucho" y te lo recriminan de por vida.

Después de todo esto, te diste cuenta de la difícil encrucijada en que te han metido los comercios, la sociedad y el capitalismo entero con esto del Día del Niño. En esos momentos, en los que estoy desorientada y desanimada, me acuerdo de ese lindo comercial español que circuló por las redes sociales en alguna Navidad pasada. ¿Se acuerdan? Ése en el que les pedían a algunos chicos que escribieran una carta para los Reyes y ellos hacían una lista larguísima de juguetes. Y luego les pedían que escribieran otra carta para papá y mamá. Y ahí ellos sólo pedían que papá y mamá estuvieran más tiempo y jugaran más con ellos. Y ahí, con ese golpe bajo imprevisto, era imposible no piantar el lagrimón. Y sí, al final, lo que los chicos más quieren -y necesitan- es afecto y presencia. Así que, después de tanto calcular y recalcular, me convenzo de que cualquiera sea el regalo que elija para este Día del Niño, va a estar bien si, al final del día, me siento a jugar un rato con ellos. 

miércoles, 3 de agosto de 2016

39 grados y la maratón de las cuatro de la mañana


¿Por qué nadie nos advirtió antes de tenerlos? Sí, hablo de las largas noches en vela, con ellos al borde de los cuarenta de fiebre. Ayer, en casa, fue una de esas noches.

Como siempre, el pico de la fiebre es en la mitad de la noche. Tres, cuatro de la mañana, es su hora predilecta. Entonces te levantás, a pesar de que no querés dejar la frazada; salís de la cama muerta de frío, con los ojos todavía cerrados y, cuando vas a ver, sólo con tocarle la frente lo sabés: vuela de fiebre. Entonces salís en la búsqueda del termómetro (hay que tener dos o tres por toda la casa, por varias razones: la primera, si no encontrás uno, aparece el otro. Las cuatro de la mañana no son horas como para ponerse a pensar dónde lo dejaste. En segundo lugar, a veces dudás si el digital funciona bien -¡¡¡no puede ser, le tomo de nuevo!!!- y entonces torturás otra vez al chico, esta vez con el viejo termómentro a mercurio que nunca falla). Después, el veredicto: marca 39. Es unánime, hay que actuar. 

Sigo dormida y me cuesta pensar. ¡¡¡¿Qué hago?!!! Busco el ibuprofeno y rápidamente repaso los métodos para lograr que lo tome, lo más pronto posible. Método 1: la mamadera. Se lo coloco con la leche (ya no me importa qué diga el pediatra, ese método generalmente no falla). Me hago la buena, "acá te traje la memi", se la doy y... nada. Claro, la última vez tenía un par de meses menos. Ahora, con dos años y medio, no la convenzo ni ahí de que eso que le di es la mamadera de siempre. Seguro que el gusto se nota, pienso. Entonces le agrego una cucharada de azúcar. Y voy otra vez a la carga: "acá está otra vez la memi, qué ricaaa.....". Si mi nena, adicta a la mamadera -no puedo lograr que la deje, a pesar de que lo hemos intentado-, la rechaza es porque a) se siente muy mal; b) el remedio tiene un gusto asqueroso, que no pasa ni mezclado en un cuarto litro de leche.

Bien, no funcionó. Método 2: la jeringa en la boca. Como no la encuentro por ningún lado, pasamos directamente al método 3: "la conversación". Preparo el remedio en un vasito, mezclado con mucha azúcar, y me acerco a la cama con tono conciliador, cuchara en mano y lista para explicarle -ahora son las cuatro y media de la mañana- por qué es tan importante que tome el remedio. Después de hablar dos o tres minutos, me canso, le encajo una cucharada de prepo en la boca, llora, patalea, lo escupe todo. Otra vez pienso, ya no es tan chiquita, sola no puedo.

Entonces voy a despertar a mi marido. "Amor, mirá, la nena no quiere tomar el remedio....", empiezo bajito. "¡¡¡Despertateeeeee, tiene 39 de fiebreeeee!!!", remato. Se levanta dormido, como yo hace un rato, sin saber bien qué hacer. Ok, improvisamos un método nuevo. La nena dijo que quería un postrecito entonces voy a la heladera a buscar un Shimmy y escondo otro tarrito con remedio, lista para mezclarlo en cada cucharada. Nos preparamos sobre nuestra cama, él la sostiene a upa, yo le acero la cuchara pero...."Postre noooo mamá", dice ella. ¡Cambió de idea! ¡Y en esa primer cucharada ni siquiera le encajé el remedio! ¡¿Qué hago ahora?!

Volvemos al método 3, pero sin preámbulos, esta vez con más certeza. "Vos sostenla, yo se lo doy o se lo doy", le digo a mi marido. Entonces lo intentamos, se lo meto en la boca y de pronto la nena comienza a hacer arcadas y vomita TODO. Gracias a los buenos reflejos del papá, se salvan las sábanas, porque él logra correrla justo a tiempo para que el vómito no caiga sobre la cama (no es la primera vez que pasa y, generalmente, a esas horas, el vómito siempre cae sobre la cama). Esta vez, al menos, zafé de cambiar toda la ropa de cama. Entonces vamos al baño, a limpiarla, y arremetemos de nuevo. Una-dos-tres, va la primera cuchara. Pero faltan cuatro más, para completar los cinco mililitros (¿por qué no viene más concentrado? Malditos laboratorios, ¿no piensan en los esfuerzos sobrehumanos que hacemos las madres para que tomen esta porquería que ellos preparan?). 

Son las cinco de la mañana. Lo logramos. Se lo dimos. Entre llanto, felicitaciones, muy bien, muy bien, falta poco, tomá más agua, sólo una más. Lo traga. Terminamos. Pero esto, en realidad, no concluye ahí. Ser una buena madre significa seguir, al menos por una media hora más, colocando pañitos fríos sobre la frente hasta que la fiebre ceda. Y, si esto no resulta, llenar la bañera -sí, a las cuatro, cinco o seis de la mañana- y hacerla jugar bajo el agua tibia durante al menos veinte minutos. Y después dejarla dormir en tu cuarto y vigilarla cada tanto, durante toda la noche, mientras intentás descansar algo, incómoda, siempre al borde de caer de la cama, porque ella ocupa tu lugar y tu almohada.

Estoy rendida. Obviamente, todo lo que tenía que hacer hoy, cancelado. Sólo quiero dormir, dormir y dormir. Pero seguramente hoy tampoco sea un día fácil. Y, en la noche, probablemente tengamos otra escena a las tres o cuatro de la mañana. Sólo espero que no sea como la del año pasado, cuando tuvimos que llamar a la ambulancia por una convulsión por fiebre. O cuando tuvimos que salir corriendo a la guardia, también a la medianoche, para hacer unos estudios que, al final, resultaron innecesarios. Pensando en todo eso, pasar la noche en vela embarcada en la misión remedio, al fin y al cabo, no parece tan malo. Sólo faltan unos tres o cuatro días más, como mucho una semana. Ya pasará. Y de vuelta a la rutina, satisfechas por nuestros sacrificios sobrehumanos, amaremos de nuevo haber elegido ser mamás.







lunes, 25 de julio de 2016

Siguen las vacaciones y llueve. ¿Qué hacemos con los chicos, adentro y por poco dinero?


Ok. Ya te moviste para todos lados. Los llevaste al teatro, al cine, al museo. Fuiste a la plaza veinte veces. Pagaste un millón de vueltas en calecita. Saliste a pasear, anduvieron en bici, en rollers, en pata-pata. Por suerte, fue una semana intensa y se cansaron. Pero todavía falta una semana más -ya sé, estarás pensando, al igual que yo, ¡¡¿¿Cuándo empiezan las clases??!! Y no sabés más qué hacer, especialmente porque los días pintan feos, llueve y hace frío. Y no querés seguir gastando un montón de dinero. He aquí algunas ideas. 

1) Descansar un poco de la maratón de salidas. Aprovechar para levantarse tarde, dormir la siesta, esas cosas que normalmente no hacemos, salvo en vacaciones.  

2) Llamar a un amiguito para jugar es siempre una buena idea. Nuestra casa, en donde los chicos ya no saben qué hacer solitos, despliega nuevas posibilidades cuando tenemos invitados. Ellos se divierten solos, y vos descansás un rato o tomás el café con alguna mamá. ¡Por fin, una conversación con un adulto!

2) Comprar algunas revistas para chicos, de esas que traen para pintar, juegos, alguna historieta. Después de una semana sin cole, ya tienen ganas de volver a hacer actividades de mesa. Hacer la tarea del cole, si es que hubiera, es buena idea para ocupar algunas horas mientras llueve. 

3) Todavía quedan muchos talleres por hacer. Por ejemplo, mañana martes, a las 15, dan movimiento creativo en el Centro Cultural Munro, y a continuación hay un ciclo de cine infantil gratuito, allí mismo. También a las 15, en el Centro Barrial El Ceibo, en La Lucila, hay un taller de música y movimiento. El viernes, a las 17, habrá uno de construcción con Rastis en la casa de la cultura de Vicente López. Parece que la idea es construir, colectivamente y con esos ladrillitos, la casita de Tucumán, con motivo del Bicentenario de la Independencia. Y, el fin de semana, en la Quinta Trabucco, habrá talleres de construcción de dragones chinos y de títeres. Son todos gratuitos. Y hay más, sólo es cuestión de revisar la agenda cultural de sus municipios (generalmente tienen facebook y ahí actualizan las actividades). Si están en capital, no se olviden del Malba, hay muchísimas actividades para chicos, inspiradas en la muestra de Yoko Ono. Siempre averigüen antes de ir, muchas de ellas requieren inscripción previa.

4) Armar el cine en casa. No hacés colas, ni pagás entradas, ni salís para nada. Llueve y les ponés una peli, no importa si la vieron quinientas veces. A ellos les encanta revivir por enésima vez cómo Rapunzel lanza su cabello por la torre o Frozen canta "Libre soy" mientras crea mágicamente su castillo de hielo. Son casi dos horas de entretenimiento hogareño, sin costos ni esfuerzo alguno. 

6) Ok. Preferís salir, a pesar de la lluvia. Ellos quieren ir al cine, pero ya vieron Buscando a Dory, o no te gusta la programación, o no querés pagar 150 pesos por cada entrada y ya no encontrás promos. Fijate que hay un ciclo de cine Disney en el Centro Cultural Munro, y es gratuito. Mañana martes, a las 16, dan El libro de la selva y este domingo, también a las 16, una más nueva: Grandes héroes. Las entradas se retiran el día de la función a partir de las 10 de la mañana.

5) Normalmente estoy en contra de dejarlos usar la compu. No me gusta que se entretengan con chupetes electrónicos. Pero de vez en cuando, no hace daño. Hay una página que me gusta especialmente: sesamestreet.org. Sí, es la página oficial de nuestra vieja y querida plaza sésamo, la misma que mirábamos cuando éramos chicos. Tiene juegos didácticos y me gusta, especialmente, la sección Art Maker, un espacio para dibujar con muchísimas opciones para desplegar la creatividad (y, de paso, desarrollar la destreza sobre la pantalla táctil). 

6) Y si todavía no fueron al teatro, al menos llevalos una vez. Lo más probable es que no haya otra oportunidad en el año. Y ahora hay mucha oferta, especialmente cerca de casa, y a buenos precios. En el teatro York de Vicente López, con entrada a 100 pesos, todavía quedan espectáculos musicales de Mariana Baggio (el miércoles), el Dúo Karma (viernes) y una versión de Romeo y Julieta para chicos (jueves). Yo elegí el espectáculo del sábado: Zick, Zack, Puff, de una compañía suizo-argentino de teatro danza. Después les cuento. Si vivís en capital, no te pierdas Saltimbanquis, en el Teatro Regio, con entradas a 80 pesos.

7) Por último, no olviden a la familia. Un abuelo, abuela, una tía, primos. Visitar a la familia es siempre un buen recurso cuando no sabemos más qué hacer. Quién no disfruta de una tarde de lluvia en familia, entre mates y facturas. A veces buscamos planes ultrarebuscados y, sin embargo, ellos la pasan igual de bien con algo sencillo y conocido, como jugar entre primos. Simplifiquemos y facilitémonos las cosas. No enloquezcamos.

Si tienen alguna otra idea para días de lluvias, gracias por compartirla (descarté los peloteros porque, como habrán leído en algún lugar, no me gustan, pero si a ustedes les parece bien, avanti). Siempre es bueno recolectar recursos para tenerlos a mano cuando llueve y los chicos caminan por las paredes y no sabemos más qué hacer.

Disfruten esta segunda semana. No se agoten. Descansen. Ya falta poco para volver a la rutina y... ¡desear otra vez que lleguen las vacaciones!

viernes, 22 de julio de 2016

Anda Calabaza y Vuelta Canela. Instruir el oído de nuestros hijos, desde pequeños


Ayer fuimos a ver a Anda Calabaza. Para quien no la conoce, se trata de una banda de rock para niños. Sí, rock n' roll; una banda completa, con batería, guitarra acústica, eléctrica, bajo y teclado, que utiliza los sonidos que más escuchamos los papás en un espectáculo pensado para chicos. Son cuatro los músicos/actores en escena, más otros dos músicos de soporte, los que tejen canciones de manera entretenida, hilvanando ideas con melodías. Tengo que decir que es excelente el modo en que se relacionan con la audiencia. Un nene elije, por ejemplo, el color amarillo y ellos cantan sobre el amarillo y un grillo. Y luego es el turno de los chicos, que tienen que inventar una rimas con violeta -por ejemplo, bicicleta. Y después todo el auditorio, grandes y chicos, se involucran con todo el cuerpo, para armar una secuencia de movimiento de brazos y manos que, sin darnos cuenta, se convierte en ritmo. Más tarde, las rimas volverán de la mano de las frutas y verduras. Es impecable el trabajo que este equipo realiza para buscar la participación del público infantil, utilizando ritmos, movimientos y sonidos, sin caer en lugares comunes. Acá no está el viejo y conocido "¡¡¡Chicos, ¿para dónde se fue?!!!". No. Anda Calabaza es pura imaginación. 

Y después está el rock. A veces un poco hard para mi gusto -y para el de mi nena más grande, que por un momento vino a buscar mi regazo, un poco aturdida. Los Anda Calabaza apelan a múltiples influencias; de a ratos parecen los Ilia Kuriaki, en otros una banda punk y, en los momentos que más disfrutamos, una guitarra acústica sostiene melodías pegadizas en busca de coplas divertidas. Lo cierto es que esta banda se propone, sin duda, formar una futura audiencia para el rock, algo que festejo en un momento en que el género está bastante relegado, mientras que los adolescentes prefieren los ritmos importados del reggaeton.

Hablar de una banda formadora de espectadores musicales me hace pensar, sin duda, en nuestra banda infantil favorita. En casa escuchamos, especialmente, a Vuelta Canela. Este trío musical, sostenido sobre la estética del clown, es impecable desde distintos puntos de vista. Desde lo musical, suenan bárbaro. Ellos apelan a todo el repertorio de ritmos latinoamericanos. Así, a una cumbia colombiana, le sigue un valcecito, una chacarera, un carnavalito, una melodía brasileña y mucho más. Usan guitarra, violín, flauta, acordeón y diferentes instrumentos de percusión. Y no le temen a los momentos "tranquilos". Si Anda Calabaza parecería buscar la euforia del pogo, Vuelta Canela sabe hacer valer una melodía dulce y lenta como Canto de um povo de um lugar, de Caetano Veloso. No hay que subestimar a los chicos. Ellos también saben apreciar lo que es bueno y, si está bien presentado, no se aburren aunque la canción sea menos animada o no invite al baile o la fiesta. Además, la cantante principal, Lua, tiene una voz dulce y liviana, para deleitarse.

Si quieren ver a estos grupos, aprovechen en los próximos días, pues ambos estarán por distintas partes de la ciudad y zona norte. Anda Calabaza estará con Sin fin -el espectáculo que comenté, en el que presenta su segundo disco- en Ciudad Cultural Konex, el 24, 29 y 31 de julio a las 15 (Sarmiento 3131, CABA), el 28 de julio a las 14 y a las 16.45 en el Centro Cultural Espacios (Witcomb 2623, Villa Ballester) y el 30 de julio a las 16 en el Teatro de la Media Legua (Aristóbulo del Valle 199, Martínez). Vuelta Canela -también presentando su segundo disco- estará el 30 de julio a las 11.30 en Alparamis (Libertador y Malaver, Olivos), el 31 de julio a las 15 en el Centro Cultural Haroldo Conti (Libertador 8151, Núñez) con entrada a la gorra, y dará un show gratuito y al aire libre el 28 de julio, a las 18, en Parque Patricios. 


jueves, 21 de julio de 2016

El Planetario. Un viaje en el tiempo y el espacio


No iba al planetario desde que era pequeña. Ni siquiera recuerdo haber entrado. La última vez que estuve ahí tendría alrededor de diez años. Sólo me acuerdo que mi hermano cayó sobre el filo de mármol de un monumento que estaba afuera del edificio y tuvimos que salir corriendo al hospital a pegarle la cabeza con la gotita. Creo que ni siquiera habíamos llegado a entrar ese día y, si lo hicimos, el rostro ensangrentado de mi hermano ganó terreno en mi memoria. 

Así que tenía ganas de volver al viejo Planetario, esta vez, con mis hijas. Y ayer fuimos. Es increíble qué diferente se ve el Planetario de día y de noche. Cuando uno pasa con el auto por Figueroa Alcorta, la escena nocturna de la esfera iluminada, toda encendida en luz violeta, da la impresión de un lugar moderno y tecnológico. Sin embargo, de día, no es más ni menos que el mismo Planetario de siempre, con toda su estética de los años sesenta (fue construido en 1964). Es como si el tiempo allí no hubiera pasado y el interés por los astros nos remontara a la época de la guerra fría y la carrera espacial. Adentro, el pequeño museo del primer piso es igualmente discreto y conserva la misma estética retro, con pequeñas vitrinas que muestran algunos meteoritos, esferas de planetas del tamaño de un mapamundi, una o dos pantallas táctiles con alguna actividad alusiva, una tele que combina fragmentos de la película de George Méliés de 1902, Viaje a la luna, con las imágenes de 1969 de cuando el hombre pisó el satélite de la tierra. También algunos cohetes de juguete del tamaño de los antiguos autitos de colección y postales fotográficas autografiadas de astronautas norteamericanos, nada demasiado grande, ni demasiado vistoso, ni demasiado llamativo. Lo más entretenido, para los más chicos, es una imagen de cartón donde los niños pueden poner su cabeza para sacarse una foto con traje de astronauta. Nada allí, en ese museo que se recorre en quince o veinte minutos con suerte, da la impresión de que la ciencia espacial sea algo actual o tecnológico. Más bien todo lo contrario. 

Por último, el espectáculo. La sala de la "esfera gigante" es el único espacio en donde el Planetario parecería haberse actualizado. Allí, los butacones son cómodos y grandes, como asientos de una moderna nave espacial, perfectos para recostarse y disfrutar de ese cielo proyectado. Miro para arriba y la pantalla también parece nueva, todo está en perfecto estado. Y por supuesto, el espectáculo brinda lo que uno fue a buscar. La experiencia de un cielo nocturno abierto, la sensación de viajar en el espacio más allá de lo humanamente posible, la magia de disfrutar de una noche superestrellada en pleno día y en la ciudad. Nosotras vimos Cuentos para no dormir, el espectáculo que, de los tres que ofrece el Planetario, está pensado para los más chiquitos. Una chica acompaña en vivo, con su narración, la experiencia. Y le pide a los chicos que dibujen en el aire sus propias constelaciones. Y cuenta algunas breves historias griegas y orientales, sobre las que se fundaron las constelaciones de Orión, Escorpio, Leo y otras más. La narradora sabe involucrar a sus pequeños espectadores, que responden simples preguntas, y los mantiene involucrados en la propuesta más allá de la completa oscuridad de la sala. Ella sabe matizar la información dura y el contenido educativo con momentos de distensión y humor. Y funciona. 

Para completar el día, en los alrededores del Planetario, además de los patos que siempre están dispuestos a rodearte a cambio de unas migas de galletitas, han puesto también un montón de juegos para chicos en la Estación Saludable que se encuentra cruzando Figueroa Alcorta, en una calle que han cortado para tal fin. Hay dos inflables, plaza blanda, circuitos de aros y vallas, futbol-tenis, cancha de volley, pelota-paleta y otros juegos. Eso me salvó la tarde, porque tuve que esperar dos horas hasta que comenzara nuestra función, ya que la anterior, para la cual había ido, estaba agotada. Conclusión: si les interesa, vayan al menos con una hora de anticipación.

Las entradas salen 60 pesos y los menores de dos años no pagan. Y hay muchas escaleras, no lleven cochecito. Por suerte, ¡esta vez lo dejamos en casa!


miércoles, 20 de julio de 2016

La feria del libro infantil y Tecnópolis. Pros y contras de una jornada 2 x 1


El lunes abrió la Feria del Libro Infantil en Tecnópolis (en el CCK ya llevaba algunos días). Y ayer fuimos a conocerla. Nunca había ido a Tecnópolis y, al llegar, me di cuenta de que la feria era tan sólo un granito de arena en un gran desierto. Tecnópolis es enorme y, no sé todavía bien cuánto había para ver, pero sin duda había mucho para recorrer. Sin mapa ni ninguna certeza -en el punto de información me dijeron que no había mapa para visitantes (flojo ahí, el mapa es necesario en un lugar tan inmenso)- comenzamos a pasear sin rumbo cierto, casi como para ver qué nos deparaba el destino. Fue una jornada larga y agotadora, pero con algunos puntos a favor. Les cuento los pros y contras, y ustedes deciden si vale la pena.

A favor. Como la Feria del Libro no es inmensa ni llena de actividades, como en otras oportunidades, por suerte están las actividades de Tecnópolis para suplir esas falencias. Así, si te cansás de andar husmeando libros, podés llevar a los chicos a que se entretengan al aire libre, en unos juegos bastante originales que descansan un poco más allá de la explanada del pabellón de la feria. Además, si la Feria del Libro siempre se caracterizó por esos agotadores amontonamientos humanos, Tecnópolis se destaca por sus inmensas calles abiertas, donde podés respirar tranquila más allá de que haya un millón de personas dando vueltas. Es tan grande que siempre vas a podés encontrar un lugar donde sentarte en paz a descansar o comer algo rico. ¡Ah! Hablando de algo rico, hay una feria gastronómica de cosas dulces supertentadoras, justo al salir del pabellón de los libros. Además, mis nenas se entretuvieron mucho en unos laberintos inflables y la muestra de dinosaurios es muy buena. Pensé que me iba a encontrar con dos o tres bichos y la verdad es que hicieron todo un extenso paseo, con un montón de animales prehistóricos en tamaño real que se mueven y hacen ruido, además de la muestra de huesos en un salón cerrado. Hay que reconocerlo, eso está bueno. 

En contra. Ahí todo es a lo grande, y eso puede jugar en contra cuando estás sola y tirando de una nena de cinco años y un cochecito de bebé. La cola para dejar el auto es gigante, el trayecto del estacionamiento hasta el predio es gigante, Tecnópolis es gigante y terminás, obviamente, enormemente agotada. El carrito de bebé es un aliado para cargar todas las cosas que llevás para pasar el día pero -¡oh, sorpresa!- hay un sector al que sólo se puede acceder por una inmensa escalera (pregunté y la verdad es que no encontré rampa) y ahí estaba yo, haciendo malabares para subir con todo hasta que alguien se apiadó y me ayudó. Por otra parte, al no haber mapa, la recomendación por parte de la chica de informes era preguntar a las personas de azul, que formaban parte del staff. Pero cuando lo hacía, éstos no se mostraron demasiado seguros de lo que pasaba en otros rincones del predio. "¿Qué puedo ver con una nena de cinco y otra de dos", preguntaba yo. Y me respondían: "Creo que en el pabellón tal está pasando algo para niños, pero no sé bien qué". Muy preciso. A veces era más fácil preguntar a la gente que estaba formando fila para ingresar a algún sector. Así descubrí que hay un acuario, pero me resigné a no conocerlo, porque una hora de cola bajo el frío con dos niñas pequeñas no se justificaba por un par de peces bajo el agua. Encontramos una mini-estación YPF para niños y, más allá, descubrimos el avión que siempre vemos desde la General Paz, pero no estaba funcionando (aparentemente hay un simulador, pero estaba cerrado). Así que gran parte del paseo fue conocer el predio, sin saber bien a dónde ir o qué hacer. Por suerte ya había encontrado -apenas llegamos- la muestra de los dinosaurios y los juegos para niños, y eso estuvo bien.

En cuanto a la Feria del Libro, no pasaba mucho ahí dentro. No encontré un sector de lectura -siempre solía haber un sector de biblioteca para que los chicos se sienten a leer-, ni tampoco actividades de taller, ni un lugar para que los chicos puedan dibujar o jugar un rato. Sólo encontré a un mago haciendo algunos trucos en el medio de los stands de libros, con toda la gente alrededor amontonada, bloqueando el paso en los pasillos. Ni siquiera había un escenario, así que era imposible ver al ilusionista y seguimos nuestro camino, entre permisos y empujones. Compré un par de libros a las apuradas y me fui, un poco desilusionada. ¿Los precios? Más o menos igual que en las librerías, aunque muchos stands ofrecían promociones llevando tres libros en lugar de uno.

Esa fue mi jornada, entretenida pero agotadora. Ustedes me contarán si fueron a Tecnópolis y pudieron descubrir alguna otra cosa interesante para los más pequeños. El regreso a casa, otra tortura china. A paso de hombre por Constituyentes, hasta que me avivé -¡gracias GPS!-, después de media hora de estar prácticamente detenida en el tránsito, de que era mejor agarrar por el otro lado, darle la vuelta por detrás al predio por una calle de nombre Zufriategui que sale, en diagonal, directamente hacia la General Paz. Y así volvimos en paz, supercansadas, listas para comer e ir a la cama y prepararnos para un nuevo e intenso día de vacaciones de invierno. 






lunes, 18 de julio de 2016

Disney on ice, ¿vale la pena? Algunas recomendaciones para padres y sus princesas

      


      Es verdad. Antes dije que prefería, en vacaciones, ir al teatro cerca de casa. Evitar las multitudes. No viajar una hora al centro. Elegir opciones de calidad pero fuera del mainstream en lugar de los espectáculos comerciales de calle Corrientes, que sacan provecho de lo que vende en la tele. Pero tengo que confesarlo: Disney on ice me gusta. Tal vez porque se trata de patín artístico, una disciplina muy cercana a la danza que me atrae más allá del gran despliegue escénico. Otro tanto, tal vez, porque llevo atesorados en mi memoria los recuerdos de Holliday on ice, que eran una tradición, cada invierno, para mi abuela y un grupo de siete primos. Yo era chica y lo amaba. Con Holliday on ice era posible lo espectacular, el teatro era un mundo verdaderamente mágico. Vestuarios imponentes. Piruetas mortales. Velocidad. Colorido. Coreografías milimétricamente ensayadas por un batallón de patinadores, que armaban cuadros que se desplegaban una y otra vez como un caleidoscopio. 

      Es por eso que, ayer, llevé a mis hijas y sobrinas a ver, sin duda, al principal heredero de aquellos pioneros del hielo. Y comprobé que, la de la pista de patinaje, sigue siendo una fórmula que no falla. Hay tres simples razones para ver Disney on Ice, al menos una vez en la vida. La número uno: la espectacularidad de la puesta. Pura magia frente a nuestros ojos. Allí puede nevar con la sola voluntad de Frozen, o podemos sumergirnos debajo de un mar de burbujas para conocer a la Sirenita. Y la nieve y las burbujas están efectivamente allí, en escena, de a montones interminables. No es un simple truco de pantalla. También hay fuego, escupido por un dragón gigante -"¿es fuego de verdad?", me consultaba incrédula mi chiquita; "sí, de verdad mi amor, pero no pasa nada", contestaba yo-; fuegos artificiales, chispas doradas que saltan por aquí y por allá y mucho más histrionismo. Pero es el Luna Park, ese espacio inmenso, y allí vamos a buscar eso. Que nos conmueva un golpe de efecto. 

    Razón número dos: el patín artístico. No tenemos una cultura de patín sobre hielo y, sin embargo, está bueno empaparse un poco de eso. Si tengo que elegir entre llevar a las nenas a ver a los cabezones de Peppa Pig o a los personajes de Disney en patines, elijo esto último. Las disciplinas artísticas que involucran la destreza física pueden estimular a los chicos que las descubren por primera vez de maneras impensadas. Mis sobrinas más grandes disfrutaban con un "WOW" cada salto y cada pirueta. Que un espectáculo les genere inquietudes deportivas es un plus, sin duda.

     Y por último, están los personajes de Disney. Los viejos y conocidos, y también los nuevos y más esperados por los chicos de hoy. Esta vez se pudo ver a Aladdin y Jazmín, a Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente, Bella (de La Bella y la Bestia, pero sin la bestia), Tiana, la Sirenita -¡bellísimo!-, algo de Rapunzel -éste fue el cuadro más flojo de todos, teniendo en cuenta que la patinadora tuvo algunos problemas-, y mucho de Frozen. El número de Anna y Elsa era, tal vez, el más esperado, porque las hermanas de Arendelle nunca habían venido a la Argentina sobre patines. Y como siempre, estuvieron Mickey y Minnie -nunca olvidaré la reflexión de Irina de cuatro años sobre el asunto: "Las princesas son patinadoras disfrazadas, pero Mickey y Minnie son de verdad, ¿no mamá? ", me dijo el año pasado, cuando nos enamoramos por primera vez de Diseny on Ice gracias a que una amiga nos regaló las entradas. Y sí, para los enanos esta experiencia supone estar frente a frente con Mickey y Minnie "de verdad". Y eso vale muchísimo, especialmente si, como sucede en casa, ir al país del norte a visitar a los ratones más famosos es un proyecto fuera de nuestro alcance económico. Este espectáculo es, sin duda, un poquito de Disney, aquí, en la Argentina.

    Dicho todo esto, tiro algunos tips tal vez útiles. No es necesario gastar una verdadera fortuna; nuestras localidades eran en la platea Madero Alta, de 350 pesos (la sección más económica con ubicación numerada), y aún así teníamos una vista impecable de todo el espectáculo. Es más, no es recomendable estar tan cerca, en un palco carísimo pegado a la pista. Recuerden que es lindo apreciar con un poco de distancia y altura el conjunto del cuadro. No vamos para verles el número de calzado a un par de patinadores. Por otra parte, es un espectáculo pensado para ser disfrutado desde todos los ángulos, así que tanto en la platea lateral como en el superpulman -es decir, en ambos costados- se ve muy bien. Otro tema: los vendedores. Una vez adentro estarás condenado a pagar 40 pesos por unas papas fritas de paquete (el más chiquito de todos). Y la función es muy larga (dos horas y media), y los chicos en el intervalo tienen hambre. Así que a llevar todo desde casa, bien escondido en el fondo de la cartera. Además, es recomendable que las nenas se vayan "lookeadas" de antemano. A las mías las llevé disfrazadas de Anna y Elsa -y eran muchas las nenas que así llegaban- porque si no a la salida te piden que les compres de todo -obviamente, quieren estar como las demás nenas y reproducir las escenas del espectáculo- y los vendedores no paran de refregarles capas, vestidos, coronas y otros objetos del merchandising en la cara. 

    Último dato: este año la temática es especialmente para nenas. Puras princesas (ok, y sus príncipes), en escena. El año pasado, estaba más repartido, una de cal y una de arena, un poco de Blancanieves y Rapunzel y otro poco de Toy Story y Peter Pan. Este año, no. Las princesas ganaron, caballeros. Así que lo recomiendo especialmente para ellas. ¿A partir de qué edad? La mía de dos años lo disfrutó muchísimo. Ni siquiera se quejó aunque se pasó con caca en el pañal durante todo el primer acto. Y, en el segundo, con la cola ya limpita, cantó y bailó "Libre soy". Efectivamente, le gustó.




miércoles, 13 de julio de 2016

Línea de largada: vacaciones de invierno 2016. A dónde ir y qué hacer en Buenos Aires y Zona Norte


Ya llegan las vacaciones de invierno. Si te quedás en Buenos Aires y tenés tiempo para dedicarles a los chicos, acá te comparto algunas ideas que seleccioné y me agendé para ir con mis nenas. Elegí opciones económicas, de calidad y, preferentemente, cerca de casa. Veamos.

Paseos. Hay tres paseos típicos de vacaciones de invierno y que no fallan. En primer lugar, la Feria del libro. Este año tiene entrada gratuita y se hace en dos sedes: el Centro Cultural Kirschner y Tecnópolis. Además, por la tarde hay espectáculos y talleres dentro de la feria, y nunca está de más comprarles algunos libros nuevos a los chicos. La última vez que fui conseguí algunas cosas a precios excelentes (por supuesto, siempre hay que revolver y buscar). En segundo lugar, el Planetario. Las entradas para los espectáculos salen $60. Y después te quedás por el parque, dándole de comer a los patos. Un día redondo. Por último, el viejo y querido zoo. Aunque este año, lo que allí pasará es un misterio. El 16 de julio reabre como Eco Parque. ¿El precio? Otra incógnita.

Museos. Para los días de frío o lluvia, los museos son ideales. Me encantan especialmente Prohibido no tocar, en Recoleta, y el Museo de los Niños, en el Abasto. Pero esas opciones no sólo están lejos, sino que en vacaciones se recontra-llenan y además son algo caros. Elegí, para esta vez, algo distinto. El Malba tiene talleres para chicos pensados para que éstos trabajen sobre una muestra de Yoko Ono que puede verse actualmente. Hay opciones para niños de tres años en adelante y cuestan entre $60 y $70. Por supuesto, hay que sacar entradas con anticipación (podés hacerlo online). El fin de semana pasado visitamos el Museo de Arte Popular José Hernández (casi nadie  lo conoce, es uno chiquito ubicado sobre Libertador, a la altura de Bulnes). Allí hay una muestra pequeña que se llama Animales haciendo lío. Si bien la muestra se recorre muy rápido, las nenas se quedaron jugando con las cosas que allí había más de dos horas. Y lo bueno es que, como el espacio es chico, uno puede dejarlos que vayan y vengan sin problemas, sin tener que perseguirlos por todo el museo para que no se pierdan. Además, en vacaciones habrá talleres de arte y espectáculos. Averiguen antes de ir. Por último, habrá actividades interesantes en el MAMBA, en San Telmo. Si me animo a ir hasta allá, no quiero perderme, por ejemplo, el taller de danza, los sábados 23 y 30 de julio, por la mañana. 

Talleres. Hay muchos más en otros espacios, por fuera de los museos. ¡Cómo me gustan los talleres de vacaciones! Los chicos juegan un rato entretenidos por un docente y una se relaja. Me apunté algunos cerca de casa, que me interesaron particularmente: Taller de armado de juguetes, el viernes 15 y el sábado 23 en el Museo Larreta (aunque es un poco caro, $150 por niño o $250 por dos niños). Taller de arte sustentable, este sábado a las 15 en la Plaza Amigos de Florida (la de San Martín y la vía, en Florida, gratis). Taller de movimiento creativo, los martes 19 y 26 en el Centro Cultural Munro (gratis). Además, en el C.C. Munro habrá ciclos de cine infantil y talleres de clown, entre otras cosas. No sé si fueron, pero la sala del centro cultural está totalmente renovada, es un espacio espectacular y allí todo es gratuito. Vale la pena.

Espectáculos. Mucha gente piensa que llevar a los chicos a ver teatro significa amontonarse en calle Corrientes y pagar fortunas por unas entradas. Gran error. Si quieren hacerlo, avanti. El otro día llevé a las mías a ver Playground (me dieron invitaciones de prensa y, como saben, a caballo regalado no se le miran los dientes). El inicio del show fue el climax de toda la obra: Juanchi y Juli, los de la tele, aparecieron entre la platea y no puedo reproducir la cara de fascinación de mi nena menor, que no podía dar crédito a lo que veían sus ojos, cuando se volvía real lo que cotidianamente ve en la pantalla. Esa apertura, acompañada de papelitos de colores que caían mágicamente del cielo, fue el momento cumbre del espectáculo. El resto, más de lo mismo. Colorido, divertido, igual que la televisión. Elijo entonces recomendarles algunas cosas distintas pero igualmente -o mucho más- divertidas, con propuestas más originales, más pedagógicas, mejores artistas y, además, a buen precio. Anoten.

El Teatro York que depende de la Secretaría de Cultura de Vicente López tiene una programación excelente en estas dos semanas, con entradas a $100. Por ejemplo, estarán los Anda Calabaza, que si los van a ver al Konex pagarán el doble. También el circo de Gerardo Hochman; la famosa Objetos maravillosos de Hugo Midón; un espectáculo de sombras basado en Alicia en el país de las maravillas que tuvo muy buena crítica en el pasado; una compañía suiza de danza-teatro y más. Averiguen, vale la pena. Por el Centro Cultural Munro estarán los Vuelta Canela -si no los conocen, vayan, es un grupo impecable de música para niños-, una obra de Claudio Hochman, Valor Vereda, Mariana Baggio, todo gratis (vayan temprano para retirar las entradas antes que se agoten). 

Por capital, vale la pena acercarse al teatro Regio a ver Saltimbanquis, o los títeres del San Martín que esta vez estarán por La Boca, en el Teatro de la Ribera. Y este año, festejo que el Colón haya vuelto a programar espectáculos para toda la familia. Es una gran experiencia para los chicos ir al gran coliseo argentino. Hay que llevarlos, para que le pierdan el miedo, para que vean que es el gran teatro de todos y, de adultos, se conviertan en sus espectadores. Este sábado, a las 11, habrá una función de Conciertos Inter-venidos, pensados para acercarles a los pequeños algunas obras clásicas del repertorio romántico francés. Y la gran joyita del ciclo Colón en Familia podrá verse un poco más adelante, a fines de agosto: El gato con botas, una ópera basada en el cuento de Charles Perrault. La magnificencia de las puestas escenográficas y las voces que vienen literalmente desde el cielo (por ejemplo, un coro de niños ubicado dentro del gran candelabro), será algo que no podrán encontrar en ningún otro teatro, una experiencia mágica que sus hijos jamás olvidarán. Háganse un lugar en la agenda y vayan.

De paso, una pequeña crítica para las autoridades del Colón, a quienes conozco personalmente y respeto: aplaudo que exista un abono familiar, pero ésta no puede ser la única opción para poder llevar a los chicos al teatro. Deberían existir funciones de las obras infantiles por fuera del abono, ya que el remanente de entradas que actualmente está quedando para esas funciones es muy poco y no se consiguen entradas en asientos consecutivos, ni siquiera intentando comprar con bastante anticipación. Por otra parte, los abonos son caros -más de dos mil pesos para llevar a un solo niño-, y no todas las obras son para todas las edades (en mi caso, mi hija de cinco años sólo podría ver la mitad de la programación). En ese sentido, es importante que existan funciones por fuera del abono, para aquellos que no pueden pagar seis funciones anuales de un solo saque, o para quienes tienen niños pequeños y quieren al menos darles una experiencia en el teatro.

En fin, hay mucho más para ver. Éste es sólo mi recorrido. Espero que les sea útil y, ¡felices vacaciones!