Supongamos que somos de esas mamás que quieren que sus hijos coman "sano". Entonces eliminamos de la dieta todo aquello que evidentemente no lo es: las salchichas, los congelados -ni patitas, ni hamburguesas (ojo con la carne picada, especialmente por el Síndrome Urémico Hemolítico)-; también (obviamente) los snaks y las golosinas.
Entonces preparamos para la cena, por ejemplo, pollo al horno con papas y ensalada de tomate. Suena sanísimo. Pero, ¿sabemos realmente qué le estamos dando de comer a los chicos?
Hace un año, más o menos, tuve que cambiar mi alimentación por problemas gastrointestinales. Más a la fuerza que por propia voluntad, adopté una dieta paleo. Y fue ahí cuando empecé a sumergirme en el universo de la alimentación. A investigar; a leer las etiquetas de los productos. A mis hijas no las hago comer "paleo" -ellas comen harinas y otros productos procesados o industrializados-, pero empecé a modificar mis compras en el supermercado a partir de que tomé conciencia de ciertas cosas. Y me dio culpa, de pronto, de lo mal podían estar comiendo mis hijas.
Empecemos por los paquetes. Todo lo que venga cerrado en un envase tiene muchas otras cosas más de lo que a simple vista nos imaginamos. Una galletita casera puede tener harina, manteca y huevo. En cambio, la que compramos en el super tiene además emulsionantes, conservantes, leudantes químicos, reguladores de acidez, colorantes, estabilizantes y aromatizantes artificiales. Y eso no es todo, porque también las hay con Jarabe de Maíz de Alta Fructuosa, un endulsante que sustituye al azúcar y que la industria alimenticia ha incorporado en cantidad de productos -las gaseosas, por ejemplo- a pesar de que muchos especialistas en nutrición desaconsejan su consumo. Incluso los cereales, que obviamente son buenos porque aportan fibra, pueden tener sus trampas. Las coloridas cajas que se ven en las góndolas no explican que no todas ellas contienen cereales integrales y algunos son simplemente extrudados de harina de trigo, con colorantes artificiales.
Pasemos a las carnes, fiambres, frutas y verduras. Las carnes rojas y especialmente la de pollo son algo más que simplemente carne. Nitritos, nitratos, sulfitos (para que se conserve fresca), además de hormonas y antibióticos (¡sí, antibióticos!) pueden estar presentes en las carnes que comemos. Mientras tanto, los fiambres también tienen azúcares (lean etiquetas, casi todos tienen). Y ni las verduras se salvan: averigüen la cantidad de agroquímicos que se utilizan en los cultivos convencionales (entre fertilizantes, abonos, fitohormonas, herbicidas, insecticidas o fungicidas). Todo eso va a nuestro organismo.
Ya sé. Los deprimí. Ahora no sabemos qué comer. Es idealista e irracional volverse cien por ciento radical con el tema de la alimentación saludable. Pero sí podemos tomar algunas medidas. Actualmente hay toda una movida de alimentación orgánica, que se encuentra especialmente en ferias (como Sabe la Tierra, en distintos puntos de Buenos Aires). También hay varias empresas de productos orgánicos que venden online y llevan el pedido a domicilio. Es verdad, es más caro comer orgánico. Pero tal vez podemos, con tan sólo informarnos un poco, elegir algunos ingredientes orgánicos claves y otros, de menor riesgo, seguir comprándolos en el supermercado. He leído que la pera argentina y la banana de Ecuador, por ejemplo, que se encuentran en cualquier verdulería, no son productos contaminados. En cambio, el tomate es de alto riesgo (hubo un programa de CQC dedicado especialmente a la contaminación que tenía el tomate: un especialista dictaminaba que la única manera de no "intoxicarse" es pelándolo).
En cuanto a las carnes, hay lugares que venden pollo "orgánico" -es decir, criado naturalmente- y también huevos de gallinas que sólo comen cereales y pastan normalmente (el horror que son los criaderos de gallinas es un tema aparte). Y si no pueden comprar ese pollo porque es muy caro, me han recomendado elegir siempre la pechuga (ya que en la pata-muslo es el lugar donde el pollo recibiría sus inyecciones). Con las frutas y verduras que no son orgánicas, podemos optar por lavarlas bien (con la esponja y detergente) antes de consumirlas. En cuanto a las galletitas y otros panificados, si podemos, siempre es mejor pasar por la panadería que comprar de paquete cerrado. Y no se olviden de darse una vuelta por la dietética: ahí van a encontrar un montón de alimentos naturales y -hagan la prueba- para los niños las pasas de uvas o las frutas abrillantadas son tan tentadoras como cualquier golosina de kiosko.
La nuestra -la de aquellos que hoy tenemos entre treinta y cuarenta años- es una generación conejillo de indias, la primera que ha vivido desde su infancia con un mercado alimenticio altamente industrializado. La alimentación cambió radicalmente y es muy distinta a la que tuvieron, en su juventud, nuestros padres y abuelos. Habrá que esperar algunos años para ver si, en nuestra vejez, toda esa intromisión química en los alimentos no nos trae más de un problema en la salud. Mientras tanto, con un poco de información y un poco de maña, podemos proteger a nuestros hijos. Al fin y al cabo, somos lo que comemos, dicen.
Querida Ali, el mundo está como está y de momento poco remedio tiene, inculcar los buenos hábitos a los niños es la mejor manera de que crezcan sanos y hagan lo correcto, yo procuro leer las etiquetas y comprar lo más sano posible, pero no debemos llegar al extremo e obsesionarnos ya que estaríamos llegando al polo opuesto.
ResponderEliminarSaludos y un beso María de Las Recetas Fáciles de María